Jaime
Gil de Biedma utilizó esta expresión en su poema Años triunfales y
luego, como hizo notar Félix Ovejero, se ha repetido hasta la
saciedad. Incluso cabe presumir que muchos de los que la han
utilizado y la utilizarán en el futuro, son cabreros, dicho sea en
el mismo sentido metafórico en que lo empleó el poeta.
La
finura de espíritu que reclamaba no surge por sí sola. Hay que
conseguirla y cuidarla y acrecentarla. La prepotencia, incluso cuando
quien se sirve de ella lo hace de modo sofisticado, para que no se
note mucho, es propia de patanes, dicho sea con todo el cariño del
mundo. Si una persona, por culta que sea, que puede hacer una cosa de
forma correcta y educada opta por hacerla de modo que supone una
burla y un menosprecio para otra, con la intención además de que no
se dé cuenta o que no pueda protestar, comete una grosería como
mínimo, tanto si la víctima se da cuenta como si no.
Los
hay que creen que porque hayan conseguido algún nivel académico, o
un cargo relevante, pueden considerarse exentos de estos vicios. Pues
no. Ortega y Gasset hablaba de los bárbaros ilustrados. Un
científico eminente puede ser un patán. Hay jueces que tratan a
patadas a los funcionarios, lo cual es el colmo, porque si un juez es
injusto y prepotente con el personal que tiene a sus órdenes no se
puede esperar que sea justo con los casos que juzga.
Jaime
Gil de Biedma reclamaba con su poema un cambio en la sociedad
española que conllevara una mayor preocupación por el prójimo y un
esmero en los modales. Y viene a resultar que sus versos se utilizan
para presumir de culto, cuando no para insultar y ofender.
Un
cabrero que se precie, además, suele cuidar muy bien a sus cabras.