Leí un artículo en el que se nota que
su autor mira a los demás por encima del hombro. Es evidente además que
lo hace por el estatus que ha alcanzado. Yo podría aducir que conocí
o supe de alguien cuyo estatus todavía era más elevado, que se
tenía a sí mismo como el no va más en cuanto a solvencia moral,
que esta presunción era aceptada por personas muy relevantes, y que
no obstante lo anterior el tal personaje no era más que un
traidorzuelo de baja estofa. Hay más gente como este entre los
encumbrados.
Hace poco, el autor del artículo citado
al inicio concedió una entrevista, en la cual puso de manifiesto el
desprecio que siente por sus seguidores, acendrado egoísmo y su
gusto por la equidistancia. Nunca se debe ser equidistante, siempre
hay que intentar averiguar quién tiene razón y aunque el riesgo a
equivocarse siempre es grande, hay que correrlo. Es peor se
equidistante que ponerse de parte de quien no tiene razón, siempre
que esto último sea por error y no a conciencia. Ser equidistante es
mostrar indiferencia por la justicia, es ser tan egoísta que no se
desea perder a la clientela más canalla, a los amigos que están en
el lado equivocado, en resumidas cuentas, ser equidistante no es
éticamente recomendable.
Por si no faltara poco, está la cuestión
de la edad. Es lógico que alguien se congratule por haber llegado a
determinada edad, pero si alardea de ello da a entender que por el
camino se le ha caído algún tornillo, quizá más de uno. Que uno
haya recorrido mil países o cumplido quinientos años, o leído
veinte mil libros no significa nada, lo que vale es la calidad de la
mirada. Sócrates no pudo leer ningún libro, ni viajó tanto y fue
uno de los más grandes sabios de la humanidad.