La presentación en sociedad del Chrome, competencia directa del Firefox (también apadrinado por Google a través de la Fundación Mozilla), vino acompañado a partes iguales de alabanzas en cuanto a las mejoras de uso y de críticas sobre su política de contenidos y de protección de datos. Mientras la primera, que otorgaba a Google derechos sobre los contenidos, fue retirada, la relativa a la protección de datos sigue remitiendo al usuario a su Centro de Privacidad, donde se establecen unas condiciones genéricas y poco claras de lo que Google o las empresas de su grupo hacen o pueden hacer con nuestros más que personales datos.
No importa si el usuario está abriendo una bitácora en Blogger, subiendo un vídeo a YouTube, usando un editor de textos en Google Docs, almacenando su historial médico en Google Health o instalando el Chrome, todos acaban en el puerto californiano que es este centro de privacidad que sólo reconoce la jurisdicción de Mountain View, Estados Unidos, y en donde no se sabe muy bien qué se hace con los datos.
El negocio de los datos es mucho más rentable de lo que un usuario poco informado pueda pensar. Un dato aislado no vale nada; los datos que un usuario genera al usar todos estos servicios no tienen precio. Su cruce permite saber qué busca, cuándo y desde dónde se conecta, con quién habla y de qué, dónde pasará las vacaciones o si va a asesinar a su cónyuge, como en el caso de Melanie McGuire, descubierta y condenada a cadena perpetua por haber tenido el desliz de buscar en Google "veneno indetectable".
Cuantos más datos se cruzan más preciso es nuestro retrato digital. Por eso, la legislación española y comunitaria, que Google no aplica a sus usuarios españoles, prohíbe la cesión de datos entre empresas del mismo grupo sin consentimiento, obliga a las compañías a decir qué información tiene de sus usuarios y para qué la usa, cancelándola cuando ya no es necesaria. Todo ello para que el dueño de este retrato holográfico decida qué permite que se haga con sus datos y qué no.
Esta queja sobre la política de privacidad de Google no es nueva. Ya en julio de 2007, la ONG británica Privacy International elaboró una clasificación mundial y colocó a Google a la cabeza de las empresas poco respetuosas, a la que calificó de "hostil" con la privacidad. Identificó a Google como la menos respetuosa entre nombres tan conocidos como Amazon, Microsoft, eBay, Myspace o la BBC. Observó varias posibles infracciones, como la retención de datos de usuarios durante largos periodos de tiempo sin la posibilidad de cancelarlos o borrarlos, o la de no informar del uso que se da a los mismos. El informe mantenía que Google retiene no sólo datos de búsqueda de los últimos 24 meses o los de navegación cuando se utiliza la Google Toolbar (esa barra de búsqueda que se puede instalar en cualquier navegador), sino los facilitados por el propio usuario voluntariamente -al darse de alta en algún servicio- o involuntariamente -mediante los logs (registros) de búsquedas que permiten identificar personalmente al usuario-. El informe le reprocha no cumplir la propia normativa estadounidense de privacidad.
Pero el juego con los datos privados en Internet no es exclusivo de Google. Pocos usuarios de Blogger, de los que cuelgan sus fotos en Flick o sus vídeos de YouTube o hablan con sus amigos a través de Facebook o Twitter, han leído las condiciones de uso de estos servicios. La mayor parte de ellas, que incluyen las de tratamientos de datos de carácter personal, están en inglés y sujetas a la legislación estadounidense. Las traducciones al castellano, como indican en Facebook, se ofrecen sólo a "título informativo". Precisamente, la Information Commissioner's Office de Reino Unido inició, antes del verano, una investigación a raíz de una queja de un usuario de Facebook que fue incapaz de borrar su información a pesar de haber cancelado su cuenta. Las quejas sobre Facebook también afirman que recoge información sensible sobre sus usuarios y la comparte con otros sin su permiso.
Protegerse y compartir información sólo con quien uno quiera es difícil pero no imposible. El International Working Group On Data Protection in Telecommunications ha publicado unas recomendaciones para que el usuario de redes sociales intente proteger su privacidad sin morir en el intento. Parafraseando el eslogan de Google: Don't be fool, be informed (No seas tonto, infórmate).
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