Antes de seguir adelante he de explicar que durante mucho tiempo sentí el odio de la humanidad entera sobre mi cabeza, sin saber cómo manejar la situación ni analizar los motivos por los que se daba la circunstancia. Había un detalle curioso, no obstante, y es que a pesar de que nadie hubiera apostado ni un céntimo de peseta por mis posibilidades de superar la situación, eran muchos los que intentaban liquidarme por completo.
Mi naturaleza me permitió soportarlo todo y el prolongado lapso de tiempo dio pie a que me llenara de ideas y que éstas, por un lance afortunado, se organizaran adecuadamente, lo cual me permitió salir del laberinto en el que estaba metido. Este detalle lleva a una nueva situación. Nunca he representado ningún peligro para nadie, a pesar de lo cual sigo despertando el odio en bastante gente, pero ahora ya no es como una losa que me cae sobre la cabeza, sino un indicio de algo.
Escribí un libro inocuo, Aceptar el destino. Algunas personas lloraron de emoción al leerlo. En otras personas, en cambio, la lectura de este libro les despertó un odio cerril hacia mí. Es difícil de analizar. Contaré un caso: Quise que me lo presentara Ricardo Bellveser, q.e.p.d., y él estuvo de acuerdo, pero quiso que la presentación fuera en la librería Imperio. Junto a él, tenía que presentar el libro otra señorita inteligente y culta, cuyo nombre no diré. Nos juntamos en la librería ella y yo para determinar la fecha, le entregué el libro y nos despedimos amistosamente. Tras leerlo, rompió su amistad conmigo y se negó a cumplir su palabra de presentarlo. Luego se presentaron todos los inconvenientes de la pandemia y la presentación.
No sé si existe o no el destino, pero claro que habría que aceptarlo si se diera el caso. Dicen que los que creen en el destino miran antes de cambiar de acera. Pues yo caminaba p0r la calle de Amadeo de Saboya de Valencia camino de una exposición comisariada por Puche. Creo que aún no estaba el Westin. Era un tórrido día veraniego y no se veía ni un alma por la calle. Bajé a la calzada para pasar a la otra acera y de pronto me detuve. Pasó un coche a gran velocidad a poca distancia de mí. ¿Por qué me paré? Pienso que alguien del coche me dio una orden telepática. La vida me ha obligado a cultivar la deducción y la intuición y la misma necesidad ha hecho que desarrolle la facultad telepática. Pero el caso es que el destino, si existe, me quiere vivo por ahora. En fechas más recientes, el 16 de octubre pasado, recibí una muy buena noticia sobre mi salud, y al día siguiente, el 17, sufrí un percance que pudo costarme la vida, pero del que salí milagrosamente ileso. No sé hasta cuándo, el destino, si existe, me querrá vivo ni para qué, como no sea para que proteste contra todo lo que no tiene sentido. No me pude adaptar a la vida de forma intuitiva, sino que no tuve más remedio que analizar todo. Y no acepto lo que no resiste un análisis.
No soy nadie, pero tengo algo en mi haber: he sufrido mucho, de forma injusta e innecesaria, durante mucho tiempo. Ninguna persona de las que me odian de forma descarada o disimulada querría pasar por lo que he pasado yo. He de añadir, para precisar más la cuestión, que no compito con nadie, y supongo que con esto ya está explicado el título.