Sí, es Navidad.
En diciembre no debería ocurrir nada. Debería ser un mes un mes de tregua para el mundo, un mes de: "aquí no pasa nada". Nadie debería morirse, ni enfermarse, ni ser víctima de alguna cosa mala, o fea o triste. Debería ser un mes en que nuestras vidas continuaran sin variación, sin dolores, sin pérdidas, pero la vida es la vida y como la conocemos nos trae sorpresas que muchas veces no esperamos.
Por ejemplo, yo no puedo evitar recordar que perdí a mi madre un 27 de diciembre. Estoy segura de que ella quería irse días antes, pero por no dejarle un mal recuerdo a mi querido padre, quien cumplía años aquel 25 de diciembre de 2000, se nos fue dos días después.
No creo que haya habido nada más doloroso que su partida. Cuando ella se fue, a mis hermanos y a mí se nos fue uno de los momentos más importantes de nuestras vidas: la Fiesta de Navidad. ¿Vieron que escribí "fiesta" con mayúsculas? Es que así era cada Navidad para nosotros, los O'Connor Podestá. Todo, todo, gracias a ella, que hacía magia para que todos seamos felices y para que mi padre, el dueño del "santo" sea doblemente feliz. Ella era quien hacía que los fuegos artificiales sean más lindos e iluminados, que los cohetones dejen de parecer armas letales, quien dejaba que mis hijos, mi esposo, mis hermanos, mis sobrinos, prendieran lo que les ocurriera en el jardín o en el muro de la casa, sabiendo que al día siguiente tendría que volver a pintarlo porque quedaría negro por la pólvora que explosionaba en medio de la algarabía de toda la familia.
Así era mi madre, la "reina de la Navidad", quien nos regalaba todos los regalos que podía a cada uno de los cinco hermanos, siempre en memoria de mi abuelo Juan, a quien nunca conocí porque yo nací "de yapa", luego de nueve años de haber "cerrado la fábrica" de cuatro hermanos anteriores, y ella era por entonces, allá por el 61, una mujer de 44 años que le dejó una herencia feliz de amor y unión familiar que hoy trato de conservar para mí y mis seres queridos.
Mis Navidades fueron lo mejor que me ocurrió en la vida y así como las viví se las he transmitido a los míos. Ayer mi hijo me dijo: "¿sabes, mamá? Siento pena por aquellos momentos que viví y no volverán". Sinceramente, no supe qué responderle porque la navidad sin ella ya no es Navidad.
Hoy solo puedo decirles que tengo el orgullo de ser hija de quien fue Aída Podestá de O'Connor, quien me hizo la vida feliz, leve y ligera de equipaje, tal como me gusta ser, sin tonterías ni veleidades, simplemente un ser humano como cualquier otro, con sensibilidad, caprichos, tonterías y humanidad. Permitió que pudiera desarrollar mi personalidad: buena, mala o fea pero consciente, lo que resume mi vida hasta hoy, con todos mis defectos y virtudes.
Gracias mamá, gracias "Mamía", por ser quien soy.
¡Feliz Navidad a todos!
Sol O'Connor.
1 comentario:
Hola Mercedes se que tal vez esto te sonara un tanto absurdo después de tanto tiempo pero a decir verdad bueno pues hasta hace poco la verdad no me animaba a hablar con nadie mas acerca del tema y pues me resulta aun un tanto extraño todo este tema de los niños índigo pero pues entre mas lo pienso mas segura estoy de que tal vez soy uno de ellos.
no quiero que creas que soy una loca mas del montón aunque en ocasiones eso exactamente es lo que siento, simplemente que si aun estas interesada en charlar con alguien sobre ese tema pues me encantaría poder platicar,enserio necesito ayuda y no se con quien acudir sin que me tachen de loca.
bueno me despido y realmente me agrado tu entrada sobre los niños índigo.
Estaré entrando a tu blog para estar en contacto.
Un ultimo favor, me gustaría que todo esto quedara entre nosotras aun no me siento lista para admitir todas estas cosas en mi vida en la que siempre me he tratado de convencer que es totalmente normal gracias.
atte:
Violeta A.
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