Filosofar es y sólo es aprender a morir. Karl Theodor Jaspers.
Cierta columnista española, con renombre en la profesión, y ya de una edad que le podría permitir formar parte de uno de esos consejos de sabios o consejos de ancianos, si no fuera porque ya no se usan, puesto que en nuestros días hasta el nombre de anciano se considera ofensivo, escribió en su columna: no se me puede negar que he sabido sacarle partido a esto.
Quedaba claro, por el tono de artículo, que con “esto” se refería a la vida, y más concretamente que ha conseguido honores, dinero y fama. Pero tendrá convenir ella son multitud los que la han sobrepasado en esos logros. Y que son infinitamente más los que ni siquiera han tenido opción a jugar esa partida en la que se obtienen esos premios.
Y debe considerar también que al final de todo espera la muerte, quizá sonriente o acaso no, pero sí segura de que no se le va a escapar nadie. Ni los que tienen honores, ni los que no han podido jugar la partida en la que se obtienen. Y que en ese momento final puede uno caer en la cuenta de que, embebido en las disputas mundanas, se le ha olvidado algo, sin que sepa precisar exactamente qué es. ¿Qué puede uno llevarse al otro mundo? Lo que es evidente es muchos de los que ya han hecho el viaje son recordados por sus víctimas, y por nadie más que ellas. ¿Dolerá esto en el otro mundo?
Cuando nacemos ya sabemos que vamos a morir y luego nos pasamos toda la vida tratando de olvidar esta realidad. ¿Cuál es, pues, la finalidad de la vida?, cabría preguntar.
Cuando Sócrates fue condenado a muerte, les preguntó a sus jueces: ¿Cómo sabéis que la muerte es algo malo? ¿Es que ha regresado alguien y lo ha contado? ¿Es que creéis que vosotros os vais a escapar de ella?