Entrecomillo lo de desinteresada porque
me refiero a esa gente que sin motivo conocido regala su odio. Me ha
pasado o me pasa con gente por la que me he desvivido, con gente por
la que he hecho sacrificios, con gente a la que he admirado, o
simplemente con gente por la que he sentido una gran simpatía. No lo
digo con ánimo de quejarme, porque la vida nos permite que
aprendamos de todo. Tampoco está mal la idea de tomar la vida, total
o parcialmente, como una fuente de aprendizaje. ¿Y para qué sirve
aprender tanto si al final nos hemos de morir?, pensará más de uno.
Lo he contado para dejar constancia de
que el odio existe y es que los hay que lo niegan. Existe y una de
las lecciones de la vida sería que no conviene dejarse contagiar,
hay que mantener este sentimiento lo más alejado que se pueda,
porque quien odia no puede amar. Podrá sentir cualquier otra pasión
que se confunda con el amor, pero no será.
También los hay que niegan el amor. Pero
en la literatura está todo. Se puede encontrar en los clásicos
griegos, en Cervantes, en Shakespeare, pero me referiré a un libro
reciente, porque está basado en hechos reales. Se trata de 'Volver
a Canfranc'. Cuenta la historia de unos seres que se arriesgaron
no a que los mataran, sino a que los torturaran cruelmente hasta la
muerte, con el fin de salvar la vida a personas que no conocían de
nada y a las que como mucho verían una vez en la vida. Eso es amor.
Una persona que odia es incapaz de llevar
a cabo proezas como esta. Ni siquiera puede comprender que otros lo
hayan hecho. Una persona que es capaz de hacer estas cosas no cabe
duda de que ama con todas sus fuerzas a sus familiares y, por
supuesto, a sus amigos.