Discurso de César Evangelio Luz
Benisa, 31 de marzo de 2023
Sr. Concejal de Cultura, Sras. y Señores, amigos… Muy buenas tardes.
Me siento muy halagado de poder participar en esta mesa de presentación del último libro de Vicente Torres “La del Alba”, pues admiro a Vicente como escritor, y como intelectual, y admiro este libro que ha creado y del que voy a hacer algunos comentarios.
Me complace compartir mesa de presentación con José Luis Luri, cuya labor me parece esencial en el mundo cultural de nuestra tierra de La Marina, no solo por su actividad musical, sino también por su faceta de investigador histórico, escritor y hombre de gran cultura, al que sigo o intento seguir en todo lo que promueve.
Y debo decirles que también me alegro, muy especialmente, de hacer esta presentación en Benissa, pueblo donde nació y creció mi madre, Matilde Luz Ivars, hija de Luisa Ivars Ivars, lo que la hace nieta de Francisco Ivars, el fundador junto a su hermano Diego de la fábrica Muebles Ivars -actual centro cultural-, e hija también mi madre de don Matías Luz López, que durante muchos años fue farmacéutico, boticari, en esta maravillosa localidad benisera. Mi madre, siendo jovencita, aquí en Benissa, conoció a un teniente de la Guardia Civil, que vino destinado a la línea de Calpe, que frecuentó aquél edificio cuartel de gran solera en Benissa -que ya no existe-, y con el que se casó, iniciando ambos al poco una vida ya alejada de Benissa debido a los ascensos ineludibles en la carrera militar de mi padre.
Les hago estos comentarios sobre mi familia, no porque pretenda desviar el protagonismo de esta presentación, que corresponde a Vicente Torres y a su libro, sino por todo lo contrario:
Con estas referencias quiero dejar constancia de que el libro “La del Alba” no sólo es para mí un libro -lo que ya sería bastante de por sí, especialmente en estos tiempos donde parece que las letras están condenadas a morir bajo pixels y algoritmos-, sino que este libro es la obra de un personaje cuyo mundo conozco muy bien, quizá no tanto por haberlo vivido personalmente desde la infancia -lo que lamento-, pero sí por haber sido Benissa el tema recurrente en mis tertulias familiares de sobremesa, tras comidas con cocas, cocido con pelota, embutidos, tardes de chocolate y mona, tortada, moscatel, pasteles de boniato, y tantos otros manjares, donde la conversación recaía, tarde o temprano, como el agua que sin saber cómo acaba siempre en un aljibe, en el mismo tema: Benissa. Benissa y su entorno, Ifach, Oltá, los bancales, los barrancos, las pinadas, los franciscanos, los personajes…
Gracias a eso, conozco desde hace mucho a la familia de Vicente Torres, y a través de ello, al propio Vicente, de los que en buena parte trata su libro. Su familia y la mía vivían en la misma calle Reverendo Padre Melchor, muy cerca de aquí. El padre de Vicente, don Adolfo Torres, fue alcalde de esta localidad, y por un breve tiempo tuvo como teniente de alcalde a mi abuelo, mi yayo Matías, con el que departía charlas de rebotica y recuerdos familiares. Cuando Vicente habla en su libro de su padre, o de la tía Virtudes, sus nombres resuenan en mi mente como también resonarán en las de muchos de Ustedes. Cuando alude a su hermano Adolfo, no puedo sino recordar aquellas caminatas en las que Adolfo me enseñaba las rutas beniseras hasta Murla, las subidas por la Solana, o aquellos cafés que tomábamos en Jalón los sábados por la mañana junto a mi madre y mi tío Rafael Luz. Vicente llega a citar en su libro a la que en mi familia es “la tía María”, María Ivars, tía de mi madre, que también se marchó de Benissa cuando se casó con Pedro Zaragoza, con el tiempo alcalde de Benidorm.
Entenderán por tanto que para mí haya sido un placer, y un lujo, haber accedido a este nuevo libro de Vicente Torres, en el que en la primera ojeada empiezo a encontrar los nombres de algunos de ellos, junto a los topónimos de Benimallunt, Oltá, Murla …
Ese incentivo a la lectura, que supone el encuentro con un paisaje conocido y unos personajes tan próximos, se convierte además, entrado ya en páginas, en una obra que se ha revelado como una pieza literaria de primer orden, al margen de todo lo que tenga de evocación local.
Puedo decirles ya que el libro de Vicente Torres me ha encantado, me ha capturado desde el principio, no solo por lo biográfico (en lo que haya de verdad), o por lo localista (en lo que haya de documental) sino por lo literario. Y esto creo que es lo mejor que se puede decir de un libro, y de lo que quiero hablarles brevemente.
En efecto, un libro debe tener un valor universal, sea quien sea quien lo lea, o de quien hable, o en donde se ambiente. El libro no ha de estar limitado a quienes conozcan los secretos del autor, o las historias que refleja, porque un libro es ante todo una obra del espíritu, y el espíritu tiende a expandirse rompiendo sus moldes de origen.
Pues bien, el libro “La del Alba” lo hace. Estamos, pues, ante un texto que se nutre de cosas, personas y paisajes reconocibles por nosotros -y eso es un valor añadido- pero que es además una pieza literaria capaz de emocionar a cualquier lector, interesar, hacer disfrutar, satisfacer, a un lector universal.
La clave para hacer que un libro, o una obra de arte, sea algo universal, suele ser su apelación a los caracteres humanos, los sentimientos, las experiencias, las conclusiones, la forma de contar, de reaccionar, de vivir y revivir los hechos… Cuando un libro sabe llevarnos a ese terreno, se gana el pasaporte para ser entendido y apreciado en cualquier lugar del mundo.
En mi modesto juicio, creo que ése es uno de los valores del libro de Vicente, y que lo hace merecedor de estar no sólo en la biblioteca de cualquier lector de Benissa, o de la Marina, sino en cualquier gabinete de una persona culta.
Y les contaré algunas cosas para justificar esta apreciación.
En primer lugar, el libro es autobiográfico, o pretendidamente autobiográfico. Esto aporta un factor de sinceridad, real o fingida, que invita al lector a una apuesta, la de parecer veraz. Cuando un texto adquiere un formato autobiográfico, no ha de caerse en la vulgaridad de preguntar al autor si es cierto todo lo que dice, porque eso no es lo relevante. Lo importante es que él ha querido contar eso, y lo ha querido contar así y no de otra manera. Lo subjetivo prima sobre lo objetivo, que es un privilegio que el autor se gana a pulso por el mero hecho de dedicar tantas horas de desvelo a componer un relato, sin que nosotros, los lectores, hayamos hecho nada para merecer el privilegio de saber si lo que nos cuenta es real, o si es una ensoñación, o si es un truco literario…
Quien quiera leer la verdad que la escriba por sí mismo, diría yo.
O bien, recordando aquel aforismo del “traduttore, traditore” (es decir, “traductor, traidor”), cabría añadir que alguien que nos cuenta su vida está haciendo de traductor de su propia existencia, y por ello se merece incluso traicionar su propio pasado si es lo que le place, dándonos la versión que prefiera.
Quiero decir con esto que un libro en formato autobiográfico como éste, escrito en primera persona, no tiene por qué someterse al juicio de la objetividad histórica, porque no es un informe. Tiene que someterse al examen literario de si, como texto, resulta creíble, veraz, no ya verdadero.
En el caso de “La del Alba”, el libro está contado con una veracidad pasmosa, no tiene fisura alguna, sostiene su armazón de realidad subyacente sin que en ningún momento nos haga sospechar que lo que cuenta es una invención, si es que lo fuera. Y ello no sólo por la congruencia de las cosas contadas, sino por la naturalidad con la que, a los hechos relatados, se van incorporando las reflexiones, consecuencias, derivaciones que el autor va añadiendo al relato y que son las que construyen un edificio literario bien cimentado, bien estructurado, y bien acabado hasta en los menores detalles.
Tampoco quiero obviar la posibilidad de que todo lo que se nos cuenta sea real. Nuestra tendencia natural es a creer que sí. La mía también, por conocer la honestidad del autor. Pero depende de él decirnos, -si quiere y cuando quiera, quizá hoy si está en su intención, o quizá nunca-, cuánto de verdad y cuánto de añadido hay en su obra. Como les digo, eso no es lo relevante en la lectura de un texto, y mucho menos en su presentación.
No obstante lo anterior, los hechos relatados sí son relevantes por un segundo factor que quiero destacar en el libro: su carácter crítico. Y digo crítico en varios sentidos.
Por un lado, hablo de crítica como análisis, enjuiciamiento de la realidad. El libro es un constante flujo de conclusiones sobre todo lo que acontece al autor, todo lo que le sobreviene generalmente sin culpa ni intención de aquél. El devenir de situaciones, sucesos, gracias y desgracias que el libro nos va contando sirven siempre al autor, -virtualmente el protagonista- para reflexionar, buscar el por qué de lo que ocurre, ir más allá del hecho para encuadrarlo en un marco que lo haga soportable, o al menos comprensible. Esto resulta, en cierto modo, muy cervantino, pues nos recuerda a las reflexiones y enseñanzas que Don Quijote dedicaba a Sancho Panza con cada nueva aventura. No es casual, imagino, que en la primera página del libro, prácticamente en el primer párrafo, se nos dé ya esta pista cervantina incorporando
un párrafo del Quijote, que además sirve para otorgar título a la obra.
En efecto, como si se tratara de ese premio gordo de Navidad que surge sorpresivamente a los cinco minutos de iniciarse el sorteo, el libro de Vicente nos aclara desde la primera página el sentido del título “La del Alba”, pues incluye unas líneas de El Quijote que comienzan por esas palabras, y que yo ahora les leo sin destripar nada puesto que el lector ya se topa con ellas al pasar la primera cubierta.
Ese párrafo nos está indicando que el protagonista se siente como un nuevo Alonso Quijano, un ser humano que se lanza a la vida y al que la vida le lanza contra odres de vino, rebaños, molinos, verdades… En el caso del libro serán las experiencias del sujeto en primera persona que Vicente nos dice que es él.
Ese conjunto de reflexiones son un verdadero caudal de sabiduría. Recuerdo aquella descripción que Borges daba del colibrí, cuando decía que es un pájaro que vuela al revés porque no le importa a dónde va sino dónde estuvo. En el caso del libro, no solo son importantes las cosas que le ocurren al protagonista, sino el continuo reflexionar del autor sobre todo eso que le ha ocurrido, el cómo lo vive, cómo modela su carácter a lo largo de la vida, en ocasiones de forma suave como los meandros de un río llano, en otras en forma de rápidos o cascadas, muchas veces crueles, sin tiempo para asimilar y apenas para sobrevivir…
Entiendo que los relatos autobiográficos son importantes si contienen ese elemento reflexivo, al modo de los libros de maduración del tipo del Wilhelm Meister, de Goethe, o el Childe Harold de Byron. Y es que nunca podremos igualarnos con un personaje en las cosas que le ocurren, que son intransferibles, pero sí podemos siempre emparejarnos con el autor en las emociones, o en las enseñanzas, que tales sucesos provocan. Esa es la diferencia entre recibir un texto que parezca la lista de los reyes godos, o leer un libro de historia al modo de Andre Maurois, o Stefan Zweig: el factor humano, y humanizador.
Pero además, el relato de Vicente es crítico en un segundo sentido: las conclusiones que obtiene, el resultado de sus análisis, suelen ser desfavorables hacia aquella realidad que le toca vivir, en modo parecido a lo que ocurría a un Don Quijote que, a la del Alba, había salido de la venta henchido de gozo dispuesto a desfazer entuertos, y acababa normalmente vapuleado, burlado y, lo que quizá es peor, incomprendido.
La historia que nos cuenta Vicente no es una novela rosa. En muchos de sus párrafos se nos narran episodios de decepción, de obstáculos a la felicidad, de personas malintencionadas… en definitiva, lo que suele ser la vida en su cruda realidad. Los rasgos peculiares del protagonista parecen predestinarlo además a un plus de dificultades que acabarían con cualquiera, condenándolo a una especie de purgatorio en vida.
Frente a ello opone el protagonista su capacidad de juicio, su libertad de pensamiento, que es algo que nunca le podrán arrebatar, su sentido de la justicia, su noción de lo que está bien y lo que está mal…
En ese sentido, la crítica inserta en la obra es a la vez oscura y luminosa.
Oscura porque refleja pequeños y grandes dramas de la trayectoria vital, haciéndolo muchas veces de forma ácida.
Luminosa porque, a pesar de todo lo acaecido, el personaje sabe sobrevivir con el refugio en sí mismo y en sus convicciones, extrayendo fuerza de cada dificultad.
No puedo, ni debo, contarles a Ustedes nada relativo a las cosas que se relatan, ni a cómo empiezan ni a cómo acaban, ni quién está o quién falta, porque todo eso es cosa que compete a cada lector, al que el libro debe llegar lo más limpio de inmisiones ajenas. Es difícil, por tanto, hacer una presentación de un libro, pues el afán de hacerlo deseable puede llevarnos a imprimir nuestra huella en una playa de arena que Ustedes debían encontrarse totalmente virgen. En descargo de nuestros posibles errores cabe decir que todo lo que les estoy contando se empieza a percibir, o anunciar, desde los primeros instantes de la lectura, para ir cobrando cuerpo a medida que se avanza.
Otro elemento que se percibe a lo largo de toda la lectura, y que sí puedo revelarles sin temor alguno, es una característica de estilo narrativo que encontrarán en el libro, y que consiste en la dualidad entre el discurso puramente lineal y el juego de las dimensiones complementarias. La narración nos va conduciendo a través de planos diversos, pues atiende a lugares, personas, épocas diferentes que en ocasiones se ofrecen en un sentido apolíneo, ordenado por tiempos y espacios, y en otras irrumpen de modo dionisíaco a golpe de inspiración, o de recuerdo, o de herida. Las dimensiones, por tanto, se reblandecen en ocasiones como los relojes de Dalí, para ceder la prioridad a lo que se cuenta o se siente.
Veo en ello un modo muy acertado de acercarnos a lo que es la psicología humana, tan llena de recovecos como los pliegues de un cerebro.
A su vez, este modo de contar es inseparable, o casi, de un estilo que identifica a Vicente Torres, muy directo, sin prospecto, casi sin anestesia, y por supuesto sin concesiones, preavisos ni anacrusas.
El autor no hace prisioneros. Las ideas van más rápido que los puntos y aparte. En algunos momentos, su forma de escribir me recuerda al famoso cuadro de Friedrich titulado “El monje junto al mar”, del que alguien dijo que parecía que al verlo nos hubieran cortado los párpados.
El autor fuerza con ello el ritmo de nuestra atención, nos obliga a estar pendientes de cada palabra, de cada frase, pues es posible que el siguiente renglón nos plantee un reto diferente, como si de pronto entrásemos en el madrileño Callejón del Gato con sus espejos cóncavos que nos contara Valle Inclán, transformando una imagen en otra totalmente distinta en cuestión de un segundo.
Esta aparente diversidad, o el uso de giros narrativos, no es casual. Aparte de ser el producto, simplemente, de una personalidad humana, demasiado humana, como diría Nietzsche, se nos acaba mostrando como un recurso literario más.
En efecto, a medida que avanza la lectura, y sin que pueda decirles ni cuándo ni cómo se percibe esto, pues les invito a que lo vayan descubriendo Ustedes mismos, el lector siente que todo forma parte de una unidad de relato, de intención, de emoción.
Las piezas que podrían parecer meras unidades intercambiables y susceptibles de ser simplemente amontonadas, van cobrando entidad y se muestran como fichas de un rompecabezas que pueden ser ordenadas. Por tanto, son elementos que no solo se suman, sino que se multiplican entre sí.
Cuando uno ha leído el libro, es consciente de que una segunda lectura ya no podrá ser igual que la primera, y ello significa que el lector ha conseguido convidarnos a un viaje en el que nos ha acompañado, como Virgilio a Dante, mostrándonos un pasado que ya nunca podremos volver a interpretar de igual modo que al empezar el trayecto.
Ello, por otro lado, no desincentiva una relectura del relato, sino que, por el contrario, incita a una segunda lectura, o las que sean precisas, pues lo que apreciamos es que Vicente Torres nos ha lanzado un guante, el de entenderle de verdad, y el de comprender su libro, desde el principio hasta el final.
Sin poder -repito- descifrar alguno de los retos que el libro nos propone, pero usando como imagen la propia aeronave de la portada, puedo decirles que en la obra se produce aquello que dijo San Agustín: “Lo que sube converge”. Hay elementos en la obra, cuya relación se nos muestra más clara cuando tenemos una referencia común con otros elementos, como puede ser el horizonte para un aviador, o para un marino.
La elevación es, por tanto, un factor que quiero destacar como concepto y que destilo de la lectura del libro. Elevación como imagen, como acción, como recurso, como diferencia, como explicación, como causa y como efecto. Compruébenlo por Ustedes mismos.
Quiero acabar esta intervención con dos apostillas. La primera, para recordar otra presentación, hace unos años, de otra obra de Vicente Torres en la que también intervine. Puedo decirles que, si aquél fue un momento de honor para mí, éste lo ha sido aún más pues la presente obra representa un escalón más en la evolución del autor. Y no me refiero a lo literario, cuyo estilo es reconocible para quienes le seguimos, curtido desde hace ya mucho tiempo en lo narrativo, lo periodístico y lo epistolar. Me refiero especialmente a lo personal, ya que Vicente habla en primera persona pero no como si fuera otro, sino retratándose a sí mismo. Ello constituye siempre un rasgo de valentía y, en el grado pertinente, de sinceridad, lo cual aporta un valor cualitativo a toda obra.
La segunda apostilla, es la de leerles un fragmento del texto, que nos aproxime al libro, y que es un ejemplo de cómo el autor evoca el entorno familiar y el mundo de Benissa: ……….
Creo que en este t4exto se conjuga ese contenido autobiográfico, ese amasijo de sentimientos familiares, esas expectativas frustradas y ese tono crítico del que les he hablado. Pero eso es sólo un mascarón de proa de una sucesión continua de personajes, sucesos y reflexiones a cuya lectura les invito, y que Vicente Torres nos ofrece en esta nueva obra que, como les he indicado al principio, me ha cautivado desde el principio.
Muchas gracias.