De niña, viviendo en Cartagena, acudía con los muchachos y muchachas de mi barrio a realizar pequeñas excursiones por el campo o los montes. Cartagena es una ciudad enclavada en medio de siete colinas y aunque es una ciudad grande, tiene un plano que permite que se pueda acceder al campo casi sin salir de la ciudad, no siendo tan peligroso para unos niños el coger un sábado o domingo por la mañana la bolsa o mochila con el bocadillo y la mochila de agua y echarse a andar, sea para recorrer el Atalaya – castillo vigía que quedaba justo al lado de mi barrio -, el Castillo de los Patos o la Algameca.
En la Vila Joiosa ocurría algo similar aunque siendo una ciudad más costera que interior, era más difícil el acceso a los montes y más habiendo un río de por medio. El centro queda muy enclavado hacia la costa y la desembocadura del Amadorio y la zona que estaba edificada quedaba y sigue quedando muy cercana a la playa. Hacia el interior, sólo chalets y campos cultivados embellecían el paisaje.
La curiosidad infantil es necesaria e infatigable. Y la temeridad también. Así que no había reparo en recoger del suelo todo lo que se encontraba, entrar en algún agujero a inspeccionar para ver si había algo – mi padre, prudentemente, nos había iniciado a los chavales y niñas del barrio y a nosotros en la espeleología y alpinismo, así que llevábamos alguna cuerda, mosquetones y cascos siempre -, levantar piedras aun con el riesgo de encontrar alacranes o víboras debajo y desenterrar cebolletas para replantarlas en casa posteriormente. Así que volvíamos a media mañana o a la tarde, con un buen botín que nuestras madres se apresuraban a hacer desaparecer al día siguiente.
Pero no sólo encontrábamos bichos y plantas. El botín incluía chapas, cartones, papeles, que con nuestra imaginación convertíamos en monedas, cartas, mensajes secretos de la guerra carlista o de la guerra civil. Piedras con dibujos, monedas de verdad que apresurábamos a gastar, etc... Y, añadido a esto, incluíamos monedas antiguas, trozos de loza, estalactitas caídas, minerales, pedruscos, cascos de balas, balines y de torpedos de distintos tipos. Los huesos los dejábamos o los enterrábamos y alguna vez, sin conciencia, sacábamos de una pared las conchas creyendo que alguien las había colocado allí con yeso. Por supuesto, todo aquello o iba a la basura o limpio y remozado, se quedaba en casa. Creyendo que era de nadie… no se nos ocurría ni dar parte a la policía ni decirlo en el colegio.
¿Éramos los únicos? No, por supuesto. Y además entre el resto de personas que realizaban las mismas actividades que nosotros, había adultos. Escuchábamos noticias de quien tenia colecciones enormes de monedas o de ánforas que habían encontrado buceando y que en aquellos momentos adornaban jardines y estanterías. O de quien había partido dos estalagmitas y se las había colocado en la puerta del bar. O de quien arrancaba – como nosotros – los fósiles para venderlos. Incluso nosotros mismos usábamos para jugar objetos que ahora están luciendo en sendos museos arqueológicos: de Cartagena: una bañerita de mármol en la cual bañamos a nuestras muñecas y poco después se convirtió en jardinera. O de la Vila Joiosa, la famosa cabeza de toro ibera que sirvió para marcar la portería de fútbol.
Eran los setenta y se escuchaba algo pero la gente no hacía caso. Mil veces escuché historias de pescadores que sabían dónde había un barco hundido con monedas que iban poco a poco a recoger para irlas vendiendo – había hambre y pobreza, eran otros tiempos-. Y ya en los ochenta, las cosas empezaron a cambiar. Ochenta y noventa. El museo arqueológico de Cartagena tomó otro rumbo, en La Vila a partir de los noventa tomaron conciencia y todo fue a raíz de los expolios realizados en la arqueología submarina en Cartagena y de la recolección y posterior envío del material vilero hacia Alicante.
Pero éstos, sin disculparlos, son expolios menores. Los expolios mayores y permitidos, los realizaron los grandes museos. El museo Británico con obras egipcias, griegas. O el gran expoliador, el museo alemán de Pérgamo, en Berlín, con obras babilónicas. En el bien de la cultura y de las obras de arte, militares, intelectuales, aconsejaron recoger todo tipo de obras pictóricas, escultóricas e incluso arquitectónicas y llevarlas a lugar seguro. Unas al menos acabaron recogidas en museos pero otras han sido vendidas y revendidas y permanecen en manos de particulares.
La historia del expolio es la misma historia del hurto. Ya en la antigüedad las tumbas faraónicas eran asaltadas para robar los tesoros con los que se enterraba a los faraones. En las guerras, en todas, los vencedores despojan a los vencidos de sus pertenencias personales y algunos las exponen/expusieron como trofeos de guerra. En un principio se realizaba por el valor material de los bienes – joyas, dinero, documentos importantes – y ya conforme se fue dando valor a otras características – telas, tapices, muebles, artistas y obra - el expolio fue ampliando su campo de acción en obras y en terreno.
Actualmente se roba en colecciones, museos, en los yacimientos arqueológicos, para vender a particulares extranjeros en unas ocasiones, en otras para devolver al propio país lo que corresponde.
Desde Grecia, Egipto, países que han sido expoliados durante siglos, reclaman ahora a los museos, oficialmente, un bagaje que les corresponde por derecho. Pero los grandes museos no quieren desmantelar un compendio de obras artísticas y culturales que tanto dinero les da además de importancia.
He aquí la legislación vigente según la guardia civil, sobre el expolio.
http://usuarios.lycos.es/iberos/Expolio_informe.htm
¿Qué hemos de hacer cuando encontremos en el campo, en la ciudad en unas excavaciones, en nuestra propia casa, legado de nuestros abuelas y abuelos y que no queramos conservar porque nos hace bulto o no nos interesa? Desde luego, no seguir el ejemplo de quien dice – lo viejo no vale, tirémoslo a la basura - Por causa de este método, han ido a la basura lámparas de cristal de roca, tallas de porcelana que por ser “feas” se han roto y se han tirado sin conciencia, tapices, etc… Esto por producto de la ignorancia. En primer lugar, hacerlo depositario en la guardia civil o en los museos, colegios, lugares donde sepan qué hacer con ello. Se recomienda llevar directamente a los museos más cercanos de la ciudad.
Si se poseen en casa objetos encontrados casualmente – no hablo, por supuesto, de ningún objeto heredado, etc.. – lo mejor es ponerlo en conocimiento de los museos, dando una referencia de dónde se encontró, cuándo y en qué condiciones. Posiblemente si se desea conservar, el museo lo permita y de cuando en cuando lo reclame para exponerlo o estudiarlo y el particular se comprometa a su cuidado. Si es un objeto antiquísimo que corra peligro de deshacerse o de romperse, no permitirá que un particular lo retenga y lo que sí harán será guardarlo y restaurarlo.
Así que ya saben. Si encuentran algún objeto, algún fósil, o al ir al pintar la casa encuentran un mural debajo de la pintura que ustedes sospechaban que era la original, no lo guarden ni lo tiren. Infórmense y acudan a los museos para que se hagan cargo de ellos. Gracias a este medio, en Villajoyosa, por ejemplo, se han conseguido rescatar unos frescos que había en los pisos de un bar o las inscripciones y firmas de actores famosos en la pared, realizadas en los años de la guerra civil. Para nosotros puede que sea algo sin valor: una frase, rayas, manchas, pinturas horribles, objetos pasados de moda o espantosos. En la realidad son referentes de otras épocas que sirven para enriquecer nuestra historia y seguir aprendiendo del pasado para mejorar nuestro futuro
1 comentario:
Muchas gracias por tus recomendaciones, Mayte.
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