viernes, 21 de marzo de 2008

La decisión

Tenía que tomar una muy difícil decisión y me disponía a considerar el asunto. Entonces recordé que le había leído a Miguel Delibes que él jamás tomado una decisión sentado. Siempre que se veía en semejante tesitura echaba a andar. Hice lo mismo y me encaminé hacia un monte cercano. Al comienzo de la ascensión había una ladera suave, por la que se ascendía entre los arbustos y matorrales que jalonaban los primeros pasos del camino. Al principio de mi andadura iba absorto, fijándome en la vida salvaje del lugar. Lagartijas, insectos, gorriones, hacían su vida en los aledaños de lo que ingenuamente hemos dado en llamar civilización. Una idea se impuso en mi mente en ese momento. ¿Es el ser humano un fin en sí mismo? como pensaba Kant o un medio. Aparentemente, la respuesta es fácil. Pero con un poco de atención viene uno a caer en la cuenta de que no es así. Esta cuestión debería ser de dominio público y, sin embargo, no lo es. Ha tenido que ser formulada por uno de los grandes genios de la humanidad. Al pasar por entre un pinedo recojo del suelo un folleto en el que dice "Vota con todas tus fuerzas", y lleva una fotografía de la vicepresidenta del gobierno de España. ¿Somos un medio o un fin para los políticos? El camino está bordeado ahora por tomillo, romero, hinojo. Su aroma siempre me hace evocar la niñez. Los protagonistas de El río que nos lleva, aquellos hombres rudos que transportaban troncos por el río, más que integrados en la naturaleza diríase que formaban parte de ella. Eran capaces hasta de detectar la subida de la savia por el tronco de los árboles. De la novela de José Luis de Sampedro mi mente se fue hacia ese pensamiento de Einstein en el que dice que sólo una vida dedicada a los demás merece ser vivida. Ya había iniciado el descenso, luego de haber llegado a un punto a partir del cual el camino se hacía mucho más difícil e inaccesible. La panorámica que se observaba desde ese lugar, como todas, era bella y hacía descansar a la vista, que agradece el poderse expandir hacia lo lejos. La idea de que hay que dedicar la vida a los demás choca con el egoísmo circundante, que cristaliza en los nacionalismos que surgen por doquier. Quien no osa demostrar públicamente su talante egoísta, sí lo hace en cambio cuando puede adornarlo y disfrazarlo con razones supuestamente justas, con motivos aparentemente ciertos. Pero dedicar la vida a los demás consiste en buscar la justicia por encima de todo, incluso por encima de los sentimientos patrióticos. ¿Cómo se puede amar más a la patria que deseando que sea justa? Luchar para que los demás encuentren la justicia es una buena causa.
A todo esto, ya había llegado a casa y estaba metiendo la llave en la cerradura, cuando me percaté de que no había dedicado ni un solo pensamiento al asunto que me había llevado al monte, pero sentí que ya sabía cuál era la decisión correcta. Con esta sensación entré en casa, tranquilo y sosegado, pues ya sabía qué era lo que tenía que hacer.

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