sábado, 26 de abril de 2008

El mate

A María Angélica


-¿A usted no se le aparecen los fantasmas?
Me hizo esta pregunta en el curso de una de nuestras apresuradas charlas ciberespaciales. Lo del apresuramiento venía dado por la distancia; nos encontrábamos, aproximadamente, a 10000 Km. uno del otro, con lo cual había una diferencia horaria que dificultaba nuestros encuentros virtuales.
Nos conocimos en un foro, en donde habíamos coincidido y de allí habíamos pasado a una tertulia, para debatir más en directo nuestros puntos de vista. Ya no recuerdo cual fue el motivo por el que le recité unos versos de José María de Heredia:
Et Vous, qui près de lui, Madamme, à cette fète
Peuviez seule donner la suprême beauté,
Souffrez que je salue en Votre Majesté
La divine dont votre grâce est faite!
Luego, la conversación había continuado por otros derroteros, pero yo siempre he pensado que fue la poesía lo que nos encadenó. También recuerdo que habíamos discutido sobre nuestras respectivas edades, los dos disputábamos por ser el mayor y fue en lo único en que logré aventajarla.
Gracias a Internet podíamos comunicarnos en directo, pero como he dicho anteriormente las diferencias horarias nos ponían muchas restricciones, por lo que recurríamos al género epistolar, que por la vía electrónica era instantáneo. Ninguno de los dos teníamos webcam ni micrófonos. Yo me resistía tenazmente, puesto que prefería mantener una buena opinión sobre las personas con las que trataba. Escuchar su voz conllevaba el riesgo de que la entonación o el énfasis con que a veces se dicen las cosas delatara la vulgaridad de la persona con quien se hablaba. Claro que en el intercambio escrito también podía suceder, pero se tarda más en escribir que en hablar, por tanto, las parrafadas son más cortas, y uno podía tardar en darse cuenta, con lo cual la compañía resultaba grata durante un período más largo de tiempo. Cuando uno ya tiene cierto número de años empieza sin querer a fijarse en las cosas por pura inercia y ya sabe porque tiene experiencia suficiente a quien se le puede conceder el beneficio de la duda y quien se ha abrazado a la ordinariez para el resto de sus días.
El ciberespacio cada día me atrapaba más. Me estaba resultando un lugar acogedor y lleno de posibilidades. Sin moverme de casa podía encontrar personas con gustos similares en los lugares más alejados. Por otra parte, uno aquí podía volcar únicamente lo más importante de sí mismo, es decir, el modo de ser, que es la lucha que realmente vale la pena en esta vida. Uno mostraba su modo de ser, sus ideas y opiniones, y su modo de reaccionar, y quedaba fuera del alcance del mundo cibernauta lo accesorio, las circunstancias que en el mundo real es en lo que más se fija la gente.
Y a esto había que añadir la funcionalidad práctica, por la gran cantidad de información a la que se puede acceder. Y pensaba que debería ser más asequible, para que todo el mundo se pudiera beneficiar. Podría ayudar a mucha gente a aliviar su soledad. Ella escribía muy bien, yo, que era un ávido lector de libros, admiraba su capacidad de fabulación y la facilidad con que sabía describir las cosas. Solía recrearme con sus cartas, que a menudo releía.
Ignoraba lo que ella podía ver en mí y me asombraba seguir recibiendo correo suyo, que yo correspondía con la mayor rapidez, intentando por todos los medios estar a su altura, cosa que no pasaba del intento.
-No, no se me aparecen. Debo de resultarles muy aburrido. Yo vivo de realidades y las realidades de mi vida me abruman- le respondí-. Mi amiga vivía cerca del trópico, y yo me la imaginaba entre frondosidades -me fascinaban las frondas- y aves de colores. La vida exuberante y chillona, así me imaginaba yo aquella zona, me atraía, acaso para compensar mi sosería y mi escasa capacidad ensoñadora. Ella hablaba del sofocante calor húmedo y las molestias causadas por parte de algunos integrantes del minúsculo -y no tan minúsculo- reino animal. Cuando me vio ante ella no se inmutó. Tomaba mate, sentada bajo un gran gomero, en donde se escondía del sol. Vestía ropa veraniega y se notaba enseguida que era una dama distinguida. El mate le calentaba el alma y su preparación y consumición constituía todo un ritual, que ayudaba a reforzar sus efectos. No me ofreció, acaso consciente de lo irreal de nuestra situación y, tal vez por el mismo motivo, eso no me sorprendió, a pesar de su exquisitez y de la amistad que me demostraba.
Sus ojos denotaban tanta energía como había previsto, mirando dentro de ellos uno se encontraba con la amabilidad tantas veces demostrada, y su rostro resultaba francamente agradable a la vista. Hablamos, o tal vez meditamos al unísono, sobre el sino de los fantasmas. Yo hablaba del eterno vagar sin rumbo ni motivo. Y de lo frustrante que resultaba ver lo que iba a ocurrir, sin poder hacer nada por evitarlo. Sin sentir tampoco alegría ni tristeza. La inmutabilidad se hacía extensiva en cuanto a la grosería o la distinción, que eran percibidas, pero sin ningún atisbo de agrado o desagrado. Para ella, en cambio, el mundo espectral estaba lleno de ventajas.
Los fantasmas descansaban en un paradisíaco lugar y acudían de vez en cuando a visitar a sus seres queridos cuando éstos necesitaban de su compañía. Los fantasmas tal vez existían porque los seres humanos los imaginaban, o puede que éstos los imaginaran debido a que existían realmente; éste era un punto en el que nos detuvimos, quizás tontamente, puesto que era imposible llegar a ninguna conclusión válida y comprobable y la única explicación que se me ocurre es que por alguna extraña razón nos gustaba hablar de ellos. Creo que le dije que morir es como regresar al lugar que se añora y que acaso existieran fantasmas de los dos tipos. Sentado ante mi ordenador iba leyendo la prensa mundial, o acaso investigaba algunas novedades en alguna materia. Un día al abrir el correo, me encontré un e-mail de mi amiga. Me enviaba una fotografía, en la que ella estaba tomando mate bajo un gomero, era exactamente la imagen que recordaba, vestida con la misma ropa, y en el texto me hablaba de la naturaleza de los fantasmas y de nuestros diferentes modos de ver el asunto. Yo ya había olvidado por completo esa escena, que ya no recordaba cuanto tiempo hacía que se había producido y ahora con la fotografía delante se me aparecía de nuevo con plena nitidez.
Publicado en el Escaparate de obras de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.


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