Sócrates dio sobradas muestras de que era grande su amor a la vida, pero cuando tuvo que elegir entre ésta y su dignidad no lo dudó ni un instante.
Probablemente, el episodio de su juicio, con su genial y contundente defensa, que no evitó su condena de muerte fue lo que más fama le proporcionó. Él no dejó nada escrito, ni puso ningún empeño en pasar a la posteridad.
Y pese a la admiración que le profesa la humanidad por este gesto, no son muchos quienes le imitan. Muchas personas se ven obligadas a diario a elegir entre la dignidad y los honores mundanos. Quienes optan por agradar servilmente a sus superiores reciben a cambio una recompensa proporcional a las posibilidades de quien la otorga. Quienes optan por la dignidad sufren algo que pudiera compararse a la muerte, porque o bien dejan de interesar por completo a quienes están por encima de ellos, en el ámbito de su profesión, lo que puede equipararse en cierto modo a la condena de muerte, o si interesan no es para nada bueno. Elegir la dignidad, hoy como ayer, no resulta fácil.
Sin embargo, quizá no convenga echar en saco roto, con tanta rapidez, el ejemplo de Sócrates. Es un hecho que la vida impone unas exigencias éticas cada vez mayores. En los primeros tiempos, la humanidad podía comportarse de cualquier modo, ignorando por completo la ética. Se podía asesinar y robar sin miramientos ni disimulos. Hoy en día, hasta la conciencia ecológica es indispensable. La técnica (internet, la televisión, el teléfono, etc.) ha mostrado a los pobres el modo de vida de los ricos. Las caravanas de hambrientos se han puesto en marcha de forma imparable. A modo de resumen, puede decirse que hoy no se puede echar basura al mar, ni se puede contaminar la atmósfera, ni se puede olvidar al semejante. No habrá más remedio que procurar modos de vida a quienes viven en las zonas pobres. He aquí como el gesto de Sócrates puede ser premonitorio. Quizás llegue el día en que todos los seres humanos tengan que ser capaces de hacer lo mismo, como único modo de salvar la vida en el planeta Tierra.
Probablemente, el episodio de su juicio, con su genial y contundente defensa, que no evitó su condena de muerte fue lo que más fama le proporcionó. Él no dejó nada escrito, ni puso ningún empeño en pasar a la posteridad.
Y pese a la admiración que le profesa la humanidad por este gesto, no son muchos quienes le imitan. Muchas personas se ven obligadas a diario a elegir entre la dignidad y los honores mundanos. Quienes optan por agradar servilmente a sus superiores reciben a cambio una recompensa proporcional a las posibilidades de quien la otorga. Quienes optan por la dignidad sufren algo que pudiera compararse a la muerte, porque o bien dejan de interesar por completo a quienes están por encima de ellos, en el ámbito de su profesión, lo que puede equipararse en cierto modo a la condena de muerte, o si interesan no es para nada bueno. Elegir la dignidad, hoy como ayer, no resulta fácil.
Sin embargo, quizá no convenga echar en saco roto, con tanta rapidez, el ejemplo de Sócrates. Es un hecho que la vida impone unas exigencias éticas cada vez mayores. En los primeros tiempos, la humanidad podía comportarse de cualquier modo, ignorando por completo la ética. Se podía asesinar y robar sin miramientos ni disimulos. Hoy en día, hasta la conciencia ecológica es indispensable. La técnica (internet, la televisión, el teléfono, etc.) ha mostrado a los pobres el modo de vida de los ricos. Las caravanas de hambrientos se han puesto en marcha de forma imparable. A modo de resumen, puede decirse que hoy no se puede echar basura al mar, ni se puede contaminar la atmósfera, ni se puede olvidar al semejante. No habrá más remedio que procurar modos de vida a quienes viven en las zonas pobres. He aquí como el gesto de Sócrates puede ser premonitorio. Quizás llegue el día en que todos los seres humanos tengan que ser capaces de hacer lo mismo, como único modo de salvar la vida en el planeta Tierra.
2 comentarios:
Espero que el mundo se vuelva más socrático para que se conozca a sí mismo, respete a los demás en vez de imponerse y elija vivir con dignidad.
Gracias por recordarme a Sócrates.
Por desgracia sigue siendo un dilema tan presente hace siglos como hoy en día.
Un saludo
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