• Creado por dos profesores de la Universidad de Nueva York, un programa permite camuflar las verdaderas búsquedas de los usuarios en un infinito zumbido de términos falsos
JUAN RUIZ SIERRA
MADRID
MADRID
Google conserva durante nueve meses todo lo que ha buscado cualquier internauta. La compañía asegura que lo hace para personalizar su servicio al usuario, tanto en los resultados que ofrece como en los anuncios que inserta en su página, y no hay por qué dudar de que este sea el principal motivo de su política. Sin embargo, la posibilidad de que toda esa información pueda ser utilizada para fines bastante siniestros, como para que un gobierno, cualquier gobierno, vigile a sus ciudadanos, provoca cada vez más nerviosismo. Al fin y al cabo, es posible realizar un retrato íntimo de una persona solo con los términos que ha consultado en la red: allí están volcadas sus dudas, certezas, obsesiones, filias, fobias, debilidades o angustias. Uno es lo que busca. Y si uno es algo paranoico, tiene complejo de persecución, o tan solo siente una leve inquietud por todo lo que una compañía puede llegar a saber sobre él, entonces quizá ahora mismo la mejor manera de burlar el poderoso ojo de Google o cualquier otro buscador se llame TrackMeNot.
TrackMeNot es un programa que enmascara las verdaderas búsquedas de un internauta dentro de una avalancha de falsas búsquedas. Tras ser instalada (solo funciona con el navegador Firefox), la herramienta se comporta como si fuese una insaciable adicta a los buscadores: consulta un término tras otro, todos escogidos de modo arbitrario de una lista que se actualiza constantemente, de forma que el auténtico perfil de quien se la ha instalado queda camuflado por el infinito zumbido del programa. Es imposible saber qué consultas han sido realizadas por TrackMeNot (nombre que en castellano significaría no me rastrees) y qué consultas pertenecen al usuario.
En la práctica y en la política
«El software puede ser práctico y político», explica Helen Nissenbaum, cocreadora del programa junto a Daniel Howe. Nissenbaum y Howe no son hackers, ni trabajadores de alguna empresa de la industria pornográfica que quiera garantizar el anonimato a sus clientes, ni personas que le tengan especial inquina a los motores de búsqueda. Nissenbaum y Howe son profesores de la Universidad de Nueva York.
Diseñaron el programa a mediados del 2006 (desde entonces ha sido descargado unas 600.000 veces), tras leer varios artículos inquietantes en diarios norteamericanos. Artículos que hablaban de cómo el Gobierno de Estados Unidos presionaba a Google para que le informara de lo que habían buscado sus usuarios durante una semana. Artículos que denunciaban que la compañía AOL había publicado las búsquedas de sus usuarios, identificando a cada uno de estos con un número, y ahora resultaba sencillo saber el nombre, los apellidos, la edad y la dirección de algunos a través de una sencilla investigación: el New York Times no necesitó mucho tiempo para averiguar que el internauta detrás del guarismo 4417749, que buscaba términos como «jardineros en Lilburn» o personas que se apellidaban Arnold era, en realidad, Thelma Arnold una viuda de 62 años que vivía en Lilburn, pueblo del estado de Georgia.
«Creemos que las búsquedas en internet configuran una zona en la que las personas deben sentirse libres de actuar sin ningún tipo de escrutinio —explica Helen Nissenbaum desde Nueva York—. Sin embargo, debido a que aquí los intereses de los gobiernos y las compañías no son los mismos que los intereses de los ciudadanos, pensamos que sería muy útil encontrar una forma para que estos pudiesen tomar cartas en el asunto, defender sus intereses en lugar de confiar en otros. Por lo tanto, TrackMeNot tenía que ser sencillo de utilizar y no consumir demasiados recursos». Cualquiera que se lo haya instalado sabrá que el programa cumple ambos requisitos.
¿Herramienta antisocial?
Hay quienes dicen que TrackMeNot es contrario al interés general. Sostienen, por ejemplo, que los epidemiólogos, en un momento de pandemia gripal como este, utilizan los datos de las búsquedas en internet para conocer la extensión de la enfermedad; o que el programa supone una estupenda ayuda para que terroristas o paidófilos lleven a cabo sus planes sin ser detectados. «Sí, podría argumentarse que la herramienta hace la vida más sencilla para lo que llamamos actividades antisociales —admite Nissenbaum—. Pero también cabe decir lo mismo de las libertades de expresión y asociación consagradas en las leyes de Estados Unidos. En todo caso, si alguien es sospechoso de terrorismo o paidofilia, las autoridades pueden vigilar legalmente sus comunicaciones. Es poco probable que el programa suponga ninguna protección en este caso. El programa protege contra la vigilancia sistemática de poblaciones enteras, pero no interfiere con la legítima investigación a particulares sobre los que tenemos buenas razones para desconfiar».
Nissembaum dice que preferiría «un mundo en el que TrackMeNot no fuese necesario».
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