ZIDANE ES CAMUS (*)
Por Francisco Javier Guardiola
“En el fútbol encontré el sentido estético de la vida”
Albert Camus
Cuando Niestzche hablaba del eterno retorno de siempre lo mismo, no hacía una interpretación cíclica de la historia como lo haría un oriental, sino que consideraba directamente a la historia como una repetición abstracta de circunstancias idénticas. Los hechos heroicos, las cobardías, las traiciones y la inteligencia de individuos y pueblos a lo largo del tiempo humano, solo se visten diferentes según las épocas, pero la estructura espiritual del hombre de fines del paleolítico y la del siglo XXI, es la misma, es siempre la misma.
El episodio transcurre en la final de la Copa del Mundo de Fútbol de Alemania 2006 que jugaron los seleccionados de Francia e Italia. Promediando el segundo tiempo, Materazzi insulta a Zidane –según los expertos en lectura de labios, con un insulto racista- , y éste aplica un cabezazo en el pecho del italiano provocando su propia e inmediata expulsión.
Podría resultar una impertinencia, una comparación antojadiza. Pero ocurre que no hace falta indagar demasiado para determinar con facilidad el parecido existencial de Albert Camus y de Zinedine Zidane
Ambos franceses, y con un aditamento: el premio Nobel de Literatura era nacido en Argelia, por entonces colonia francesa, y el futbolista es un marsellés hijo de argelinos. Camus admiraba el juego del fútbol, como reza el epígrafe de este artículo. Zidane es el fútbol mismo.
Los dos están unidos a una pasión, a un amor con idéntica nacionalidad. Camus con la actriz María Casares y Zidane con Verónica, ambas españolas; para Camus, su madre española -Catherine Sintés- era más importante que la justicia y Zidane, por pedido de su esposa fichó para el Real Madrid y vive en España que ha sido la nación de sus últimos días de jugador de fútbol.
No es faltarle el respeto a Zidane si digo que en su última jugada, en aquella embestida con su cabeza sobre el pecho de Matterazzi, demostró ser un personaje escapado de una novela de Camus. No es faltarle el respeto a Camus si digo que Zidane expuso mejor que el filósofo el “absurdo de la vida” o aquello del “hombre rebelde”. Y no es faltarle el respeto a ambos si digo que toda esta relación que impongo, me remite a la idea del eterno retorno de lo mismo que Camus usó para explicar el mito de Sísifo.
Ya no importa el insulto de Materrazi. Que de eso se ocupen los papparazzi. No importa si estuvo vinculado a su condición de ser hijo de argelinos, si fue un insulto discriminatorio por su preferencia religiosa islámica, o si se metió con su esposa o con su madre. Ya lo dijo: “… Reaccioné porque me dijo palabras muy duras”. Cualquiera haya sido el contenido, da igual.
El capitán de la selección francesa de fútbol está en la final de la Copa del Mundo, la competencia más importante de este deporte, y es su último día de carrera a la espera de una coronación especial, sabedor nadie -en esa copa- lo igualará en calidad, en conocimientos, en elegancia, en arte. Está ante ochenta mil espectadores, frente a cien cámaras de TV, y de este modo, ante el mundo entero. Sí, es la estrella indiscutida de la final. Y si llega la definición por penales -que llegó pero sin él- será la conversión segura de un gol desde los doce pasos.
Pero ahí está él, dando otra lección de vida. Haciendo la jugada menos pensada, como cuando va a la carrera y de repente hace una leve pausa y cambia de ritmo, y termina dibujando un medio ocho con gambeta larga y recta, como si bailara un sobreactuado tango parisino. O como cuando le tira en cámara lenta un sombrerito a Ronaldo.
Para muchos cometió un error al embestir como un toro sobre el defensor italiano. Yo creo que es verdad que Zidane estaba a punto de quedarse con todo, pero creo que realmente se quedó con algo más que todo. A conciencia, sin especular con que se perdería los honores seguros, sin pensar en la oscura luz de los aplausos, o pensando que solo se trata de eso, de una oscura luz, se dirigió contra Materazzi. Lo hizo con su cabeza, esto es, con toda la razón, y en el pecho del otro, allí donde dicen que anida el alma. Para que nadie dudara de lo que hacía. Como un rayo que incursionó en la nada. Después, los gestos histriónicos del arquero Buffón -haciendo honor a su nombre- e inmediatamente la correcta expulsión, que Zidane aceptó con circunspección.
Zidane lleva un “10” en la espalda, porque él es un “10” en un mundo que no supera el “5”. El es el “Hombre rebelde” de Camus, el individuo emergente contra los totalitarismos, cualquiera sea su color, contra cualquier fariseismo, contra el conocido autoritarismo de la FIFA, contra el fajismo del catenaccio, contra el anti-fútbol. Pero Zidane también es Meursault en El Extranjero, que camina por la arena caliente, mientras un beduino lo encandila con su daga, y al no soportar esta molestia, lo saca del camino, lo mata con su revólver. Zidane hace lo mismo, pero con su cabeza. Y grita en silencio: “La vida es un absurdo”.
Luego vendrá la condena y la ejecución de Meursault, vendrá la tarjeta roja para Zidane.
El italiano sólo será famoso por su acción provocadora. Pasará a la historia como Bruto por matar a César, pero sólo será recordado como el partenaire literario en el escenario de la obra teatral de Zinedine Zidane, acción y personaje que me han hecho pensar en el fútbol y también en las preguntas más profundas.
• Artículo publicado en diario Los Andes de Mendoza el 17 de julio de 2006
• Artículo publicado en diario Los Andes de Mendoza el 17 de julio de 2006
1 comentario:
Grandioso este articulo
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