sábado, 21 de julio de 2012

Sobre las certezas y las dudas

Hay quien fabrica certezas como si las hiciera en serie. Medita sobre un asunto, llega a una conclusión y, ¡hala!, certeza al canto. Se conoce que caminar entre bloques de certezas otorga mucha seguridad. No hay lugar para las vacilaciones.
Con las dudas cambia la actitud. Obligan a pensar acerca de cada cosa que se presenta y puesto que se ha abierto la puerta a las dudas cada conclusión a la que se llega viene con nuevas dudas. No hay modo de llegar nunca a una meta definitiva.
Quien se nutre de certezas puede, tranquilamente, fusilar a alguien que previamente ha catalogado como malo. ¿Si es malo, qué problema hay en matarlo?
Pero quien duda nunca tendrá suficientes pruebas, ni encontrará bastantes motivos, para justificar la pena de muerte. A quien duda lo tildarán, indudablemente, de indeciso, pero lo cierto es que nunca encontrará suficientes motivos para perpetrar una maldad a propósito.
La gente que se cree en posesión de la verdad, porque ha llegado hasta ella a través de un concienzudo examen, o porque alguien que “sabe” se lo ha explicado, camina con reciedumbre por la vida. Sabe en todo momento que tiene que hacer. Los etarras no vacilan nunca. En su discurso no cabe ninguna incertidumbre. También estaban llenos de certezas los Inquisidores. Y los nazis. ¿Cómo se puede pretender que los nazis tuvieran alguna duda? Tampoco dudan los verdugos. Ellos no asesinan, sino que cumplen la ley que han interpretado otros. Si un verdugo dudara un instante antes de hacer su “trabajo”, qué drama sería para él.
Los que tienen la verdad en su bolsillo van por la vida sin dar un paso atrás. Están seguros de lo que hacen, ofenden sin dudarlo ni un momento y sin darse cuenta de que ofenden, y ellos mismos se ofenden cuando les parece y con quien les parece.
El odio se alimenta de certezas. El amor no es que se alimente de dudas, sino que genera un mar de dudas. Al odio lo mata la duda.

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