domingo, 27 de octubre de 2013

Los malos que nos incordian

Está de moda hablar de personas tóxicas, pero en lo que a mí respecta prefiero examinar caso a caso, salvo si la enemistad del indicado hacia mi persona es obvia. Por lo general, es difícil averiguar si en la otra persona hay maldad, o su comportamiento se debe a cualquier otro motivo. También hay que tener en cuenta a esa masa que busca motivos para despreciar a alguien, lo cual le sirve para reafirmarse. Creo que tiene alguna similitud con los fariseos.
Hay quien ayer era amigo mío y hoy es lo contrario. Se debe a que primero tuvo una visión de mí y luego otra. Ya se ve que pongo un ejemplo cercano. La capacidad perceptiva de las personas es mudable, sobre todo cuando se tiene al prójimo como un medio y no como un fin en sí mismo.
En mi opinión, es posible entenderse hasta con psicópatas o paranoicos, sobre todo si se sabe que lo son y se conocen los métodos para no salir perjudicado. Cuestión distinta es, como he dicho antes, si ya la han tomado con uno, en cuyo caso hay que tomar medidas.
Los hay que han leído Los malos del cuento, y están conformes con lo que dice, y aprovechando la cuestión se les habla de las “hazañas” de un grupo de personas, que, objetivamente, pueden calificarse de fechorías. Pero si se da el caso de que los autores de las fechorías sean amigos de nuestros interlocutores, entra en funcionamiento otra de las facetas humanas, que es la creatividad interpretativa. A las tales fechorías se les quita importancia, se inscriben dentro de la normalidad cotidiana, e incluso de lo inevitable. Se banaliza el mal. Y hasta a Hanna Arendt si se metiera por en medio. Es posible en estos casos que la víctima resulte culpable, en la opinión de estos, o más que boba.
En definitiva, las llamadas personas tóxicas, quizá no lo sean con todos.

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