viernes, 13 de diciembre de 2013

Un soleado día de diciembre

He subido al tranvía, rumbo a la playa, y eran las once en punto cuando lo he hecho. Unas pocas paradas más adelante han subido muchos jóvenes, estudiantes sin duda. Todos con ropa de invierno, como se puede imaginar; pero algunos iban más allá; llevaban bufandas muy bien enrolladas alrededor del cuello, e incluso he visto a uno, con pinta de ser fuerte físicamente, que llevaba guantes de lana.

Dos, tres o cuatro paradas después se han bajado todos. No las he contado, pero me ha extrañado que siendo tan jóvenes no hicieran ese breve trayecto caminando. Finalmente, he llegado a la playa y he recorrido el Paseo Marítimo. He visto a un hombre y más adelante a otro con el torso desnudo en la arena. Yo mismo podría haber estado así también, puesto que lucía un bonito sol y sudaba ligeramente.
Al margen de que unas personas son más frioleras que otras, me ha dado por pensar en esos pequños lujos que pueden disfrutar algunas personas. No los critico, lógicamente, sino que creo que deberían estar al alcance de la mayoría, si no de todos.
Parecía que lo íbamos a conseguir y resulta que se nos ha escapado de las manos y ahora hay jubilados que no pueden poner la calefacción porque la luz ha subido mucho.
En España hay expertos en desviar la atención de las masas de las cosas que realmente importan. Inventan objetivos que convienen a cuatro, o a pocos más de cuatro, y se sirven de la fuerza de millones de personas para lograrlos. Y esos millones de personas que luchan por causas que no son las suyas apenas se dan cuenta de que se están empobreciendo paulatinamente, porque tienen el pensamiento puesto en cosas que interesan a los menos.
Y los aprovechados no tienen contemplaciones, ni les importa el frío que pasen los que no puedan comprarse un abrigo y mucho menos poner la calefacción. Ellos son cada vez más ricos y los pobres se empobrecen  más cada día.

1 comentario:

Nacho Vega dijo...

Y así vamos pasando los días. Siendo parte del engranaje. Y muchos de nosotros, cuando alguien protesta por algo que cree lógico y razonable (lo cree el que protesta, me refiero) pensamos:

"Ya está el protestón de turno, dando la nota".

Y seguimos mansos, dóciles, manejables. Me incluyo y asumo mi parte. No es ignorancia. Seguramente es cobardía. Debilidad, fijo.

Gracias.