Mi
amigo John me sugirió que escribiese sobre las cosas pequeñas, como
he hecho alguna que otra vez. Hoy he estado con otro amigo, Vicente
Navarro, que ha luchado como un auténtico campeón contra la
enfermedad, y ya se ve en la foto el magnífico aspecto que tiene. Me
he emocionado al escuchar el relato de su experiencia en la UCI, en
donde estuvo unos cuantos días, hasta que logró salir vivito y
coleando. Se aferró fuertemente a la vida, y comenta que ahora sabe
valorar mejor los pequeños detalles.
Cada
día hay que librar una batalla contra los monstruos como Polifemo,
o quizá peores, de los que uno trata de huir, a veces sin éxito; o
con Caribdis y Escila, entre los que hay que pasar, y no una vez como
Ulises, sino cada día, y es muy difícil lograrlo sin daño; sin
olvidar que por ahí anda Eris, muy difícil de evitar, es casi
imposible el empeño; y en el fragor de tanta lucha, y de tanto
intento inútil de escapada, suelen haber pequeños detalles que si
se agarran bien y se gozan al máximo, calientan el alma y le dan
fuerzas para seguir en la brega.
Tiempo
atrás ayudé a resolver dos o tres pequeños problemas a una
anciana, en distintos días. Esos problemas no tenían ninguna
dificultad, pero la mujer ya era mayor y necesitaba que alguien le
prestara un poco de atención para entender de qué se trataba cada
cosa y poderla ayudar. En los últimos días de diciembre, cuando ya
tenía solucionados todos esos asuntos, me dio un beso, de forma
repentina e impremeditada, y me dijo: tú preferirías que te lo
hubiera dado una chica joven. Pues no. Fue lo mejor que me ocurrió
ese año, y me habían ocurrido muchas otras cosas buenas. Pero ese
gesto me llegó al alma. Me llenó de satisfacción.
Vicente
Navarro me ha hecho recordar hoy, con su afirmación de que ahora
valora mejor las cosas pequeñas, ese instante que fue tan emotivo
para mí.