Se
nos va un invierno que, al menos en la ciudad de Valencia, este año
no ha querido presentarse, aunque tampoco cabe confiarse, puesto que
podría hacer de las suyas por fallas, como ha ocurrido alguna que
otra vez.

En
invierno las rosas no están, pero eso no significa que hayan
desaparecido. Simplemente, están recobrando fuerzas, a la espera de
que llegue su hora y puedan regalar al mundo su belleza y su aroma.
Todo es bueno en las rosas. Quien se pincha es porque quiere.
Pero
John quiere que hable de las cosas pequeñas y Salvador me sugirió
que dedicase mi atención a la ameba. No se me ocurre nada acerca de
las amebas, pero veamos lo que dice Cervantes de los mosquitos, que
tampoco son muy grandes: Suele ofender más un mosquito de lo que
puede favorecer un águila. De
todos modos, tampoco hay que maldecir a los mosquitos. Gracias a
ellos, y hasta hace pocos años, yo veía planear a las golondrinas.
Los
mosquitos son pequeños y a las rosas les llegará su momento, sin
embargo el invierno no llega y su tiempo se acaba. Pablo
Neruda lo dijo así en
su Jardín de invierno:
pertenezco
a la tierra y a su invierno. Manuel
Machado
terminó
su poema La canción de invierno con unas recomendaciones: Encendamos
la lámpara en los propios altares.../y
tengamos, en estas horas crepusculares,/una mujer al lado, en
el hogar un leño...,/y un libro que nos lleve desde la prosa al
sueño. Juan
Ramón Jiménez, en su Canción de Invierno,
también
piensa en los pájaros:
Yo
no sé dónde cantan/los pájaros (cantan, cantan),/los
pájaros que cantan.
1 comentario:
Pues en el Cantábrico vamos bien servidos de invierno. Aún nos dura. ¿Queréis un poco?
Buen fin de semana, Vicente.
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