viernes, 23 de enero de 2015

Encontré un tonto

Ya sé que Baltasar Gracián dijo que tontos son todos lo que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen, pero creo que tampoco es cuestión de ir mirando si eso es cierto, que probablemente lo es, o no. Vivir y dejar vivir implica hacerse el bobo más de una vez, pero a veces ocurre que alguien se comporta como si llevara un cartel en el que con letras bien grandes afirmara su condición de tonto. Y ahí ya no hay escapatoria. Hay que verlo. Una vez que tenemos al tonto aquí cabría decir que este artículo podría haberse titulado Va de narcisos. Porque el tonto es un narciso cuyo talento se ve limitado al tener que mirarlo todo a través de la flor. No puede decirse que al tonto, o narciso, no le interese el género humano, porque no es cierto. Le interesa, y mucho, su propia persona, a la que ve grande, muy grande. Pero no puede decirse que los demás no le importan, puesto que si tienen forma de escalón o de peana sí que le interesan mucho. Puede darse el caso de que alguien que sirvió como escalón durante algún tiempo pierda esta forma. Pues le queda la opción de convertirse en peana, porque al narciso las peanas le vienen muy bien. Le permiten verse más altos incluso, o más grandes, y a eso no va a renunciar. Ahora bien, si no sirve como escalón, ni tampoco como peana, entonces lo mejor es que se aparte. Todo lo que no sea eso, será una pérdida de tiempo.
Este narciso es irredento e irredimible. Cualquier intento que se haga en este sentido, y no hay que descartar que se haya hecho alguno, es inútil. Desde que consiguió su espejo especial, que quizá le dejaron los Reyes Magos, porque la cosa viene de antiguo, se le nota como si hubiera encontrado la razón de su vida.

3 comentarios:

Alicante Cuenta dijo...

Buenos días,

Al tonto narcisista hay que tenerle tanto miedo como a un listo egocéntrico.

Magnífico artículo

Un abrazo

Anónimo dijo...

Muy bueno, Vicente. Este tipo de personas no se apartan. Hay que apartarles. María Jesús Díaz

Anónimo dijo...

La cita es de Quevedo, quien se peleaba con el de la nariz epistolar.