lunes, 11 de septiembre de 2017

El derecho a ser admirado

Hay un grupo humano, que quizá en los últimos tiempos haya crecido considerablemente, cuya gracia consiste en que permite a los demás que haga uso de su capacidad de admiración.
Enseñan la fachada, siempre muy pulcra, engalanada, brillante muchas veces, con arabescos y filigranas de gran mérito y belleza y esperan sentados a que se les aplauda. Y se les concede, habitualmente, el deseo. Pero hay que hacerlo con gana, porque los hay que si sólo se les admira, sin caer rendidos a sus pies pueden acusar de soberbia a quienes incurran en este pecado.
Pero si alguien quiere saber más e indica su deseo de acceder al interior tropieza con la puerta cerrada. ¿Habrá algo dentro? No hay modo de saberlo, sólo se pueden hacer deducciones imaginativas la mayor parte de las veces.
Un ser humano que se precie intenta conocerse a sí mismo, como estaba escrito en el pronaos del Templo de Apolo. Quien atendiendo a la recomendación de los antiguos griegos trata de conocerse a sí mismo también quiere penetrar en la esencia de los demás. Por eso se ha desarrollado la penetración psicológica.
Lo que sí están dispuestos a hacer estas personas es admirar en la misma medida o casi al prójimo, siempre y cuando presente una fachada de su gusto. Por supuesto que si la fachada es superlativa, caen de rodillas, extasiados, como les gusta que la gente caiga ante ellos.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Fachada, forma; para algunos prevalece sobre el fondo o sobre la misma esencia.

Anónimo dijo...

Apariencias etiquetadas...

Irene dijo...

Precisamente creo que los que más están por alguna labor constructiva, sea escribiendo, sea investigando, sea en el campo que sea, no están pendientes de ser admirados. Todo lo contrario, les gusta tanto lo que hacen que ni lo piensan.