Hay un grupo humano, que quizá en los
últimos tiempos haya crecido considerablemente, cuya gracia consiste
en que permite a los demás que haga uso de su capacidad de
admiración.
Enseñan la fachada, siempre muy pulcra,
engalanada, brillante muchas veces, con arabescos y filigranas de
gran mérito y belleza y esperan sentados a que se les aplauda. Y se
les concede, habitualmente, el deseo. Pero hay que hacerlo con gana,
porque los hay que si sólo se les admira, sin caer rendidos a sus
pies pueden acusar de soberbia a quienes incurran en este pecado.
Pero si alguien quiere saber más e
indica su deseo de acceder al interior tropieza con la puerta
cerrada. ¿Habrá algo dentro? No hay modo de saberlo, sólo se
pueden hacer deducciones imaginativas la mayor parte de las veces.
Un ser humano que se precie intenta
conocerse a sí mismo, como estaba escrito en el pronaos del Templo
de Apolo. Quien atendiendo a la recomendación de los antiguos
griegos trata de conocerse a sí mismo también quiere penetrar en la
esencia de los demás. Por eso se ha desarrollado la penetración
psicológica.
Lo que sí están dispuestos a hacer
estas personas es admirar en la misma medida o casi al prójimo,
siempre y cuando presente una fachada de su gusto. Por supuesto que
si la fachada es superlativa, caen de rodillas, extasiados, como les
gusta que la gente caiga ante ellos.
3 comentarios:
Fachada, forma; para algunos prevalece sobre el fondo o sobre la misma esencia.
Apariencias etiquetadas...
Precisamente creo que los que más están por alguna labor constructiva, sea escribiendo, sea investigando, sea en el campo que sea, no están pendientes de ser admirados. Todo lo contrario, les gusta tanto lo que hacen que ni lo piensan.
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