Texto corregido.
Moralmente, solo está permitido
perjudicar a otra persona si se actúa en defensa propia. La dulce
venganza, que es el sueño de tantos que son más que los necios, no
sirve para nada. Para comprobarlo no hay más que leer a los clásicos
que han pensado sobre ello y lo han hecho bien. Pero si no tienen
ganas de leer, lo digo yo: la venganza solo sirve para que el
vengador se ponga a la misma altura, o a una inferior, de quien le
había ofendido.
Abundan,
hay que decirlo, quienes no sienten ninguna preocupación por ser
injustos; en
quienes concurre dicha característica son, inevitablemente, devotos
de la diosa Impunidad. Es decir, ya tenemos aquí la definición de
una mala persona. La de quienes, como es el caso de Otegui, ese
maldito etarra, se conforman con creerse buenas personas, cuando lo
correcto no
es creerse sino
intentar
serlo y
procurar
no obrar de forma injusta nunca, y saber
que aun así
va a ocurrir y estar
atentos por si sucede y logran darse
cuenta.
En cambio, los hay que necesitan
perjudicar a otros, como si con ello se sintieran mejores que sus
víctimas. Pero no. Cuando la única finalidad es perjudicar a otra
persona, cuando esa otra persona no la está amenazando, ni supone
ningún peligro para ella, quien lleva a cabo la acción es un bicho.
Además, quienes actúan en contra de
alguien, a destiempo, sin necesidad y dando por hecho que su acción
va a quedar impune, o que el daño que reciban por ello será mínimo
en comparación con el que le hacen a la persona que odian, quizá
porque la envidian, demuestran claramente su maldad.
Debería haber un sitio, no hablo del
infierno, en el que cada cual se viera a sí mismo tal cual es, no
como quiere verse. Claro que si lo hubiera sería después de la
muerte, y entonces la cosa ya no tendría remedio.