miércoles, 4 de diciembre de 2019

Cosas de no hace tanto

Tiene que quedar todavía mucha gente que recuerde aquellos tiempos en los que cuando alguien entraba en una tienda el vendedor se afanaba en averiguar qué era lo que necesitaba, para venderle eso y no otra cosa. Los comercios intentaban tener contentos a sus clientes, para conservarlos toda la vida.
No hace tanto tiempo que llamaba al teléfono de información de Telefónica, primero 003 y luego 1003, y respondían a la llamada señoras o señoritas muy amables que en todo momento intentaban satisfacer al cliente. Una vez pregunté por el teléfono de un señor que no estaba en la guía. Si no recuerdo mal, me dijeron que había pagado por no estar y, por tanto, no hubo nada que hacer. No me lo pudieron decir. Pero cuando la persona por la que preguntaba sí que estaba en la guía, hacían lo posible por ayudarme. Además, se daba la circunstancia de que siempre se me atendía desde Valencia y la persona que lo hacía, siempre mujer, conocía la ciudad tan bien como yo, de modo que aunque no le diera todos los datos de quien buscaba, a partir de los conocidos, calle y un apellido, por ejemplo, conseguía localizarlo.
No acababa aquí la cosa, sino que en el 1004, en el tiempo inmediatamente anterior al del invento de los Servicios de Atención al Cliente, tuve a una señora o señorita, durante media hora intentando averiguarme algo de la internet. De vez en cuando iba a consultar el asunto con su jefa, porque ella tampoco lo sabía todo.
En esa época, tan reciente aún, existía la amabilidad y por entonces el cliente todavía era considerado como un señor. O como una señora.
Lo digo porque los tiempos cambian y no todo lo que traen es progreso. O si lo traen, a veces o en ciertas cuestiones, es hacia peor.

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