Tiene que quedar todavía mucha gente que
recuerde aquellos tiempos en los que cuando alguien entraba en una
tienda el vendedor se afanaba en averiguar qué era lo que
necesitaba, para venderle eso y no otra cosa. Los comercios
intentaban tener contentos a sus clientes, para conservarlos toda la
vida.
No hace tanto tiempo que llamaba al
teléfono de información de Telefónica, primero 003 y luego 1003, y
respondían a la llamada señoras o señoritas muy amables que en
todo momento intentaban satisfacer al cliente. Una vez pregunté por
el teléfono de un señor que no estaba en la guía. Si no recuerdo
mal, me dijeron que había pagado por no estar y, por tanto, no hubo
nada que hacer. No me lo pudieron decir. Pero cuando la persona por
la que preguntaba sí que estaba en la guía, hacían lo posible por
ayudarme. Además, se daba la circunstancia de que siempre se me
atendía desde Valencia y la persona que lo hacía, siempre mujer,
conocía la ciudad tan bien como yo, de modo que aunque no le diera
todos los datos de quien buscaba, a partir de los conocidos, calle y
un apellido, por ejemplo, conseguía localizarlo.
No acababa aquí la cosa, sino que en el
1004, en el tiempo inmediatamente anterior al del invento de los
Servicios de Atención al Cliente, tuve a una señora o señorita,
durante media hora intentando averiguarme algo de la internet. De vez
en cuando iba a consultar el asunto con su jefa, porque ella tampoco
lo sabía todo.
En esa época, tan reciente aún, existía la amabilidad y por entonces el cliente todavía era considerado como un
señor. O como una señora.
Lo digo porque los tiempos cambian y no
todo lo que traen es progreso. O si lo traen, a veces o en ciertas
cuestiones, es hacia peor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario