viernes, 17 de enero de 2020

Hoy quiero romper una lanza

Romper una lanza por alguien siempre es bonito, mucho más que aprovechar la ocasión que se presenta cuando una persona está en dificultades, para terminarla de hundir. A pesar de que es muy frecuente, nadie debería sentirse satisfecho por ello. En cambio, acudir en su socorro, o simplemente aplaudir a quien se ha ganado el aplauso, resulta muy agradable.
Hay mucha gente que merece el aplauso, pero para no alargar mucho pondré solo el ejemplo de aquel farmacéutico que se afanó el conservar la farmacia más bonita del Reino, o a aquel otro poeta siempre dispuesto a apoyar y enaltecer a los demás.
Va siendo hora de que diga, concretamente, por quien rompo la lanza y es por Manuel Emilio Castillo, que, por diversas circunstancias y a pesar de sus poemas tienen la fuerza de la sinceridad y la belleza del desgarro, y sus metáforas tienen una potencia innegable, no suele recibir la recompensa de los premios literarios, y aquí me parece que ocurre lo mismo que con Borges y el Nobel, que quien sale perdiendo es el premio, en este caso, los premios en general. Si quien lo merece no recibe ninguno…
En otro orden de cosas, tengo la impresión de los premios no han servido a nadie para mejorar su obra literaria o del tipo que sea, además de que, en muchos casos, han venido a interrumpir su quehacer, puesto que cuando ocurre esto el interesado ha de acudir a homenajes y veladas en su honor. Sin embargo, también ocurre que por la especial configuración de este mundo quien no tiene premios, o tiene pocos, por muy buenos que sean los frutos de su labor, puede verse excluido en varias de las actividades que se llevan a cabo.
Es por eso que vengo a romper una lanza por un hombre en el que no percibo ningún tipo de rencor, ni afán de revancha, ni veo que le alegren las desgracias ajenas, sino que sus cuitas se deben a la falta de reconocimiento de su magnífica obra.

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