lunes, 20 de abril de 2020

La afición a despreciar


De la observación del comportamiento humano cabe deducir que hay personas que se creen dueñas del desprecio, es decir, que pueden obsequiar con él a quién se le antoje todas las veces que lo crean oportuno.
Basta meditar un poco sobre el asunto para comprender que eso no es así. Veamos: no es lo mismo ser despreciado que despreciable. Pondré un ejemplo: supongamos que Otegui, que, sin duda alguna, dada su condición de etarra, los delitos por los que ha sido, los que quizá haya cometido y sigan impunes, es despreciable, me da lo que para mí sería un regalo: su desprecio. Lo cual evidentemente ocurre, pero no de forma personal, porque no me conoce, pero sí de modo genérico, porque cada vez que habla nos lo demuestra a los demócratas. Ese desprecio suyo no nos debe afectar.
El desprecio que realmente duele es el que se puede sentir por sí mismo, por haber hecho algo que no es correcto. Cuando ocurre muy a menudo y ya no se tiene buena idea de sí lo habitual es compensar esto con la aprobación ajena, para lo cual, en estos casos, se suele sacrificar el criterio propio para asumir el del grupo. El hecho de ser bien considerado por terceras personas, e incluso a veces aclamado, como es el caso del citado anteriormente, y de otros no tan famosos, tampoco es suficiente para tapar el malestar interior, motivo por el cual reparten sus desprecios cada vez que se les presenta la ocasión, de modo que al rebajar a otros creen que se ensalzan ellos.
Este modo de proceder provoca gran número de suicidios y trastornos mentales y está en el origen de todo tipo de acoso moral, esa lacra tan perversa.
Hay personas que tienen respeto por sí mismas y se las conoce porque no  intentan disminuir a nadie, sino que cuando pueden hacen lo contrario.

4 comentarios:

Juan Gnav dijo...


Vicente, ayer diecinueve anduve hablando con mi esposa. Has de saber que, hace menos de diez años, tuve una disociación bastante grave porque me superaron las circunstancias. Ando, pues, en Salud mental (la eme grande me disminuye), atendido regularmente.


El trastorno de ansiedad me lleva a compulsiones obsesivas, rituales obligados para desacelerar una necesidad que no es tal, pero que al hacerlos me recompensan disminuyendo por ello mi ansiedad. Así, puedo optar por hacerlos o no, pero lo grave de la cuestión es que por hacerlos o por dejar de hacerlos me autodesprecio. Si no los hago me asoma el pánico tras una desesperación.


Mi mujer, mucho más inteligente que yo, dice que persigo la recompensa y no la liberación -entiéndase el relajarse-. Mi autodesprecio para mí carece de autoridad, por débil; me dolería más el desprecio de mi mujer o de mis allegados, los considero un bien moral que debo respetar otorgándoles el derecho a crítica sobre el que debo corresponder con responsabilidad.


Luego está la autoridad icónica, tú eres un ejemplo. Si es preciso debo verme en oráculo ante tu (por ej.) criterio omnisciente, presupuesto por mí, luego icónico puesto que esa presencia física no es necesaria. Lo que es una argucia formal para tener una base empírica sobre la que razonar buscando el bien hacer o como bien se llama: la bendición de permiso.


No quiero extenderme mucho más, por eso solo te voy a hablar del desprecio como ofensa. A alguien con altura moral no hay baja catadura que le pueda ofender, ni aun con la infamia. Recuerda que no ofende quien quiere, sino quien puede.


Sobre el síndrome de Procusto aplicado al desprecio, no hay desprecio, sino envidia.


Abrazo fuerte,


Juan

Juan Gnav dijo...


ACLARATORIO DEL COMENTARIO 1º





“Respecto a tu comentario es que creo que no tiene nada que ver con el artículo, porque me refiero a la parte ética de la persona y no a la de la salud que es a la que te refieres. Sí que digo que los desprecios pueden llevar a otros a que enfermen, cosa que no soy el primero que lo avisa, pero a partir de ahí mis conocimientos ya son inexistentes.”





Dado que no he sabido hacerme entender extiendo un segundo comentario:


“De la observación del comportamiento humano cabe deducir que hay personas que se creen dueñas del desprecio, es decir, que pueden obsequiar con él a quién se le antoje, todas las veces que crean oportuno.”


-Todo aquel que se quiere a sí mismo se cree digno de quererse, con esto se inviste de dignidad.


-El desprecio es la consideración de no digno de aprecio y trato por parte de quien lo ejerce, que conlleva un rechazo a quien se dirige.


-Se puede rechazar cuantas veces quiera el obsequiante.


“no es lo mismo ser despreciado que despreciable”


El despreciado es el objeto directo del desprecio por la acción del sujeto que desprecia. Todo el mundo puede ser sujeto; todo aquel que elija el sujeto puede ser objeto directo de su acción.


La cualidad conceptual de lo despreciable no se refiere al capricho arbitrario del sujeto. Es algo anterior a él y no depende de su sí mismo. Es un concepto moral desarrollado para la ética de la buena praxis de la Moral.





“[el] despreciable, me da lo que para mí sería un regalo: su desprecio.”


El despreciable lo es por la norma moral, que lo desviste del derecho de dignidad que a priori por sí tuviera.


El indigno puede ejercer de sujeto por lo que puede despreciar. El valor de su desprecio no tiene peso para la Moral, pero puede tenerlo o no para el objeto directo al que se ejerce. En tu caso, de Otegi, no. Y además para ti es un premio.


De tu experiencia, por inducción infieres una regla general: Su desprecio –de Otegi-no nos debe afectar.


La inducción solo genera una hipótesis de partida: No nos debería afectar, pero lo cierto es que si lo citas es porque hay a quien le afecta, de lo que se deduce que consideras que los afectados se infectan de indignidad. Creo que no se puede dejar de lado el efecto del rechazo. Tú lo haces inflexible al afirmar que no nos debe afectar, pero ambos sabemos que hay pueblos malditos, donde afecta a la convivencia vecinal de una manera agobiante. Ambos hemos exigido valientes, pero, en mi caso, yo no he vivido allí, por lo que no sé hasta dónde se puede.





“El desprecio que realmente duele es el que se puede sentir por sí mismo, por haber hecho algo que no es correcto. Cuando ocurre muy a menudo y ya no se tiene buena idea de sí lo habitual es compensar esto con la aprobación ajena,”





-Esto creo que está ya respondido en el comentario del anterior mensaje.





“El hecho de ser bien considerado por terceras personas, e incluso a veces aclamado,”


-También está respondido en el primer mensaje, pero debo acotar bien aquí: Las terceras personas tienen intacta su dignidad y además a Moral son autoridad.





“para tapar el malestar interior, motivo por el cual reparten sus desprecios cada vez que se les presenta la ocasión, de modo que al rebajar a otros creen que se ensalzan ellos.”


-También está respondido en el primer mensaje, donde se hace alusión al síndrome de Procusto





“suicidios y trastornos mentales y está en el origen de todo tipo de acoso moral,”


-Está respondido en el comentario primero, ambas cosas, el trastorno y las circunstancias sin definir por el que el trastorno.





Atentamente, Juan

Juan Gnav dijo...

Donde está escrito "Está respondido en el comentario primero, ambas cosas, el trastorno y las circunstancias sin definir por el que el trastorno." Debe ser 'Está respondido en el comentario primero, ambas cosas, el trastorno y las circunstancias sin definir por las que el trastorno.' Gracias.

Vicente Torres dijo...

Juan, seguramente he sufrido tantos desprecios como Adolfo Suárez. Y he conocido a mucha gente que los ha soportado peor, infinitamente peor. Si he citado a Otegui (escribo su apellido en español, y no como quiere él), es por dos motivos: es famoso y es socio del gobierno y ha sido alabado por políticos que cobran del Estado. Ha sido condenado por unos delitos y sospecho que puede haber cometido más. Hay muchos atentados sin resolver.