La
del alba
Agradezco
a Vicente Torres que haya pensado en mí para presentar su libro, La
del alba, cuya lectura me ha producido una honda impresión.
La del alba no deja
indiferente. Es un relato intenso y doliente, escrito desde el alma,
que llega al alma del lector. No es una obra de entretenimiento como
tantas otras: provoca sentimientos y reflexiones, toca temas
profundos e irresolubles, aunque siempre apasionantes, como el
sentido de la vida, la muerte, el sufrimiento, la moral, el bien y el
mal…
A mí,
personalmente, su lectura me ha causado, como he dicho, una honda
impresión, pero no solo por su temática, sino también por la forma
en que está escrita, porque todo cuanto cuenta adquiere relevancia
por la forma personalísima en que el autor lo expone.
Nada más
empezar, en las primeras líneas, el autor deja bien claro cuáles
son los referentes literarios de La del Alba (que, por otra parte,
abunda en comentarios sobre literatura y filosofía). Referentes
literarios que, a mi juicio, inspiran lenguaje, narrativa y temas en
esta novela: Cervantes y Borges.
Como
don Quijote, cuando se inicia en su cruzada caballeresca contra el
mal y a favor del bien, Vicente, el personaje-narrador de La del
Alba, protagoniza un combate contra el mal, una lucha contra la
injusticia de una sociedad que se ceba en los diferentes, y de
autoafirmación contra todos aquellos que pretenden destruirle. No en
vano el título está tomado de un conocido pasaje de la genial
novela cervantina, justamente aquel con el que da inicio la novela.
Pero esta lucha
por sobrevivir en medio de la infamia no es venganza, porque vencer
al mal (así lo deja claro el narrador) es no permitir que la maldad
nos contamine. En eso consiste la victoria sobre el mal. Es, por
tanto, este un libro esencialmente moralista, en el sentido más
noble de la palabra “moral”. Pero, como he adelantado, no solo
en el fondo, también en la forma, La del alba se inspira en la obra
cervantina.
En primer lugar, porque
utiliza el recurso narrativo que constituye uno de los logros más
celebrados de la genial novela cervantina: el relato dentro del
relato. Así como en la segunda parte del Quijote, los personajes
comentan las peripecias del protagonista narrados en la primera, en
La del alba el narrador comenta con sus amigos, Ignacio y Leonor, los
fragmentos de la historia que ha escrito para ellos, de manera que
los sucesivos capítulos van intercalando la biografía del personaje
con los comentarios que esta suscita en sus amigos lectores.
Y, por lo que respecta al lenguaje,
me atrevería a afirmar que nuestro autor maneja una prosa de
resonancias renacentistas, a través de la cual la historia fluye de
modo natural, casi conversacional, aunque sin apearse nunca del
registro culto (naturalidad y elegancia, la divisa renacentista), sin
afectación alguna, en consonancia, precisamente, con el mensaje que
la novela transmite: contención y estoicismo ante la adversidad, sin
retórica hueca, sin dramatización hiperbólica, que no harían sino
debilitar e incluso anular un contenido que no necesita de hipérboles
ni adornos para adquirir fuerza.
En
resumen: Precisión, hondura, contención y libre fluir de ideas: ese
ir de un tema a otro, de un personaje a otro, como si el narrador
volcase su historia sobre el papel tal como le vienen los recuerdos a
la mente, como si conversara con el lector.
En cuanto a Borges, creo que el autor vincula su relato
con una de las ideas centrales del genial autor de El Aleph: el deseo
de contemplar y entender el mundo en su totalidad, en sus múltiples
y contradictorias expresiones.
El
ansia de conocimiento es inherente a la literatura, pues lo que
podemos calificar de literatura es como esa esfera luminosa que
Borges nos describe en el relato que le da nombre: El Aleph: un punto
en que convergen todos los puntos para ofrecernos la visión de la
totalidad del universo.
En La
del Alba, ese instrumento maravilloso que es el aleph se relaciona
con el mito de la caverna de Platón. El ser humano ansía salir de
la oscuridad de la cueva, que, en su ignorancia, confunde con la
realidad, para alcanzar la luz de la realidad verdadera. La
literatura, no solo la ciencia, representada en la novela por los los
dos amigos del protagonista, como esa pequeña esfera maravillosa,
que Borges llama aleph, es un instrumento para elevarse sobre la
oscuridad de la ignorancia y acercarse al conocimiento.
En La del Alba esa elevación, el ansia
de conocimiento y, por tanto, de perfección, viene representada por
la avioneta en que Leonor e Ignacio contemplan la tierra desde lo
alto. Ignacio y Leonor son el
contrapunto a la maldad. Dos personajes ilustrados, dos científicos,
capaces de elevarse sobre las tinieblas para buscar la luz de la
verdad (no puedo evitar pensar en El paciente inglés, la genial
película de Anthony Minghella). Son la familia que nuestro
protagonista, niño maltratado y siempre acosado por las
secuelas que ese mismo maltrato le dejó, hubiera querido tener.
Ellos, así como sus hijos, y la tía
Virtudes, siempre presente en los recuerdos del protagonista, son la
constatación de que el bien existe.
El dolor, paradójicamente, ha forjado la educación
sentimental e intelectual de nuestro personaje, su fuente de
perfección (y aquí, en la reivindicación del sufrimiento como
aprendizaje y fortalecimiento del alma, veo también una cierta
huella nietzscheana). Por todo ello, es esta una
novela rica en ideas y esencialmente optimista a pesar de los
malvados que por ella transitan.