jueves, 27 de noviembre de 2008
Calaveras sobre mi mesilla de noche
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Miscelánea
Hay quienes quieren adquirir un preciado tipo de joya, digamos un diamante y disfrutan de la satisfacción al saber poder comprarla de forma legal en gran parte del mundo conocido, y hay quienes se proponen comprar un sibaritismo ilegal, que obtienen otro tipo de respuesta inmediata, la atracción del reto casi imposible que supone conseguirlo.
Hace unas semanas me he planteado qué supondría poseer una calavera humana. La evocación de las supuestas sensaciones experimentadas por el sujeto al que perteneció, ampliadas ahora a un rol ambulante y poéticamente infinito, que un día y en otro plano configuró diferentes realidades antes incluso de haberse sellado completamente, que guió a una persona y que probablemente en ningún momento diluyó semejante destino, son tremendamente sutiles, sugerentes e interesantes, inspiradoras tanto como para dedicarles unas líneas.
Al imaginarme una calavera como parte de mi escritorio, me veo a mi mismo observando la oscuridad de sus cuencas oculares, su mandíbula, legado de interminables palabras, sabores y consecuencias. Trataría de ver al individuo en diferentes circuntancias, con la ética de sus curiosos ojos, sus tramos brillantes y otros más bajos, ahora interminables y vivos todos en mi consciencia.
Quizás hayan influido en mi la calavera del Príncipe Hamlet y su célebre frase "ser o no ser, esa es la cuestión", o la profunda escena de San Jerónimo penitente de Michelangelo Merisi da Caravaggio, obra que se muestra sobre el texto, u otras que suelen representar la observación de una calavera como símbolo de meditación, como sátira con la muerte, conexión o solapado del presente, pasado y futuro.
Para mucha gente podría resultar repulsivo y hasta una falta de respeto hacia quien vivía en la susodicha estructura ósea. Puedo entender estas posiciones y hasta sentirlas en determinados casos, pero es mayor la seducción de los momentos en los que puedo observar el acortamiento de la distancia entre la muerte y la vida, la curiosa oportunidad para estudiar la esencia del conjunto ser y/o no ser, aunque eso sí, no en mi propias carnes, al menos por ahora.
No soy un ser religioso ni místico, tampoco supersticioso, y tampoco considero morboso pero sí interesante analizar la muerte, estudiar las ondas concéntricas que se expanden de forma opuesta al observador del único destino para la mayoría inevitable, sus efectos a la vez expansivos como el original, formando una especie de conjunto de Mandelbrot, generando tensiones, roturas y a veces conexiones atemporales en el tejido social circundante.
Es quizás la búsqueda y el encuentro conmigo mismo, incompleto y verde, como un guante, del cual sólo se ve su aspecto exterior, pero que poco a poco, comienza a invertirse mostrando parte de su interior, hasta que con el paso del tiempo, irrevocablemente y sin posibilidad de retorno, termina siendo el mismo en su forma pero en valores antagónicos, mostrando su lado antes oculto al completo, en un principio más antiguo y puro, estado al cual nosotros hemos llamado muerte.
Si hay alguien que haya deseado al igual que yo poseer una calavera, sin saberlo de seguro ya la tenía sobre su mesilla de noche incluso antes de imaginármela por primera vez, existía como espectadora, como una actriz figurante, su futura muerte, ausente y mística. Dejó de existir como tal al concebirla en el raciocinio, porque nadie con razón, grupo del cual me excluyo ;) , se imagina robarle importancia a la muerte, llegando incluso como yo en mis líneas a formar parte de un futuro ya muerto que aspira a ver por sus ojos secos, tomando prestados los nuestros, como si la descabellada idea de estar todos muertos, fuera una posibilidad real o al menos tanto, como la de estar todos vivos.
Abrazos.
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1 comentario:
Precisamente yo tengo una pequeña calavera en la mesilla de noche. No es auténtica, por supuesto, pero está bastante bien hecha. En la parte superior tiene una ranita, que se rompió en una caída. Queda media ranita.
Saludos
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