En el mundo de la literatura ocurren situaciones azarosas que rozan lo tragicómico. Por ejemplo, John Kennedy Toole se suicidó a los 31 años por no poder publicar su novela La conjura de los necios, que ganó años después el Premio Pulitzer gracias a la porfía de la madre del autor. Y qué me dicen de la obra de Kafka, salvada por los pelos gracias también a un atisbo de (des)lealtad de su amigo Max Brod.
El caso de Stieg Larsson remite también a esos azares amargos que desembocan en felicidad para quienes no protagonizan el drama. Este periodista sueco, activista antifascista, murió de un infarto en 2004, a la edad de 50 años, poco antes de que comenzasen a publicarse las tres novelas que configuran la serie Millenium. Hasta ahí la tragedia; lo bueno llega de la mano del éxito imparable que parece tener esa trilogía en todos los países en los que desembarca.
Aquí en España ya se han publicado los dos primeros volúmenes (Los hombres que no amaban a las mujeres y La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina) y, si hacemos caso de los medios, el éxito de público está asegurado. Está claro que la historia del malogrado autor vende casi sin querer una gran dosis de morbo, pero no hay que creer tampoco en los milagros: las novelas de Larsson son buenas.
Y ahora debe darse una explicación. Son buenas novelas policíacas, de intriga, novelas a las que uno se engancha sin remedio del mismo modo que se deja atrapar por las películas de Indiana Jones, por el drama romántico de turno o por la Guerra de las Galaxias. No son literatura en mayúsculas, principalmente porque no es ésa su ambición. En las dos novelas publicadas hay un misterio que debe resolverse; hay dos personajes protagonistas que, igual que ocurre con la trama, atrapan al lector con sus personalidades dispares (una sociópata quasi-anoréxica de altísimo coeficiente intelectual -que recuerda bastante a una Pippi Calzaslargas huraña- y un reputado y atractivo periodista justiciero -casi un Tintín políticamente incorrecto-); unos temas de actualidad (violencia de género, prostitución, tráfico de personas...); y una dosificación precisa de la información que mantiene al lector siempre al borde del abismo.
Seguro que habrá lectores que, quizá esperando una obra maestra, se sientan engañados, sobre todo después del boom mediático al que está siendo sometida la serie. Las novelas tienen abundantes golpes de efecto, pistas in extremis, abusos tecnológicos -sobre todo con ciertas prácticas de pirateo informático-, derroche de ingenio y mala uva, etc. Sin embargo, habría que pensar qué novela de género no utiliza esos recursos para servirse de ellos: ¿acaso hay que creerse las novelas de Arthur Conan Doyle o de Agatha Christie?
En resumidas cuentas, tanto Los hombres que no amaban a las mujeres, como La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, son dos perfectos volúmenes con los que entregarse a una lectura cómoda, sin riesgos, en la que lo más complicado será elegir un capítulo en el que dejar de leer hasta el día siguiente.
Más información:
Serie Millenium (Editorial Destino)
La rabia de Stieg Larsson (Lorenzo Silva, en El País)
El extraño caso de Stieg Larsson (La Vanguardia)
1 comentario:
Desde la perspectiva que da el haber casi leido las 3 novelas (estoy acabando la última de la trilogía)tengo que estar de acuerdo con Antonio en que es literatura de entretenimiento, con una trama interesante y unos toques de originalidad (o exotismo sueco) Tanto como fenómeno de culto (según algunos medios) pues va a ser que desde mi punto de vista, no.
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