sábado, 29 de agosto de 2009

Una moneda

Había subido al servicio de reprografía de la biblioteca, a que me plastificaran el carnet, y para pagar los 70 céntimos que valía el trabajo saqué las monedas que tenía en el bolsillo y al tomar una que supuestamente era de 50 céntimos, resultó ser una moneda nepalí. Ignoro cómo pudo llegar a mi bolsillo.
Si yo fuera un novelista, ahora podría idear una trama en la que un virus, originado en alguna zona poco accesible del Nepal, viajara unido a la moneda. La humanidad, al proceder el virus de un lugar recóndito, carecería de defensas contra él. Por otra parte, cuando fuera a ser detectado, ya habría infectado a un gran número de personas, por lo que sería muy difícil de detener.
Resulta que no soy novelista y, además, he manoseado una y otra vez la moneda, sin temor de ningún tipo. El hecho de no sea novelista no significa que no tenga imaginación, o capacidad de relacionar una cosas con otras. En realidad, la moneda me ha llevado a pensar en Teresa. En aquellos lejanos tiempos en que la veía continuamente, porque frecuentábamos los mismos sitios, yo era viejo para ella. Ahora somos de la misma edad, o parecida, pero vive a más de 300 km de Valencia. Es decir, nuestro trato se produce por teléfono y por correo electrónico, aunque en ninguna de las dos modalidades es muy frecuente. Pero esa no muy frecuente relación sí da para saber que el destino de sus vacaciones de este año es Nepal, lugar que le interesa desde hace mucho.
He aquí que una moneda que estaba en un lugar inadecuado me ha llevado a pensar en la persona adecuada. Teresa, en sus buenos tiempos, era una versión mejorada de Rita Pavone. Ya hubiera querido tener la italiana el ritmo, la gracia y el salero de Teresa. Además, lo de supercalifragilisticoespialidoso le salía mucho mejor. La moneda ha pasado de mi bolsillo a mi cajón, de modo que, sin que me lo haya dado ella, ya tengo un recuerdo suyo.




1 comentario:

SolAR dijo...

Colecciono monedas de estas, que por casualidad caen en mis manos, o alguien se encuentra en su monedero y resulta ser una sorpresa cuando me la da como cambio en la compra.

Me imagino entonces mil historias, los países que han podido recorrer hasta llegar a mi, o quién ha podido tenerlas, aunque hayan sido instantes, para seguir avanzando en su camino hasta alcanzar al fin la caja de madera donde las deposito.