sábado, 12 de diciembre de 2009

La misteriosa vida

La vida es un misterio. Se pone uno a pensar que hace aquí, solo, entre tantas cosas, y puede acabar tomando la cicuta, como Sócrates, por prescripción pública. La gente no quiere que se indague en lo que importa; pero, entonces, ¿cómo vivir? Para poder vivir, habrá que saber primero lo que es la vida. El propio Sócrates dijo: “sólo sé que no sé nada”. Según Albert Camus, el único problema verdaderamente serio de la filosofía es el suicidio, porque hay que discernir si la vida merece ser vivida o no.
De modo que hay que decidir entre vivir o no, pero es peligroso tratar de averiguar cosas sobre la vida, porque pueden caer chuzos de punta, pero si busca resguardarse de la lluvia o del frío integrándose en alguna secta, puede acabar justificando a la ETA, como Jean Paul Sartre, o a Fidel Castro, como Gabriel García Márquez. Decide uno, finalmente, salir a la intemperie y soportar el aguacero y la ventisca, y de pronto otra vez la pregunta: ¿qué es la vida?
De modo que uno se ve soportando la lluvia, soportando el viento, soportando lo que sea, pero respirando libertad. Y, de pronto, esta palabra, libertad, cobra grandeza. No se sabe lo que es la vida, pero se sabe que sea lo que sea precisa de la libertad para tener sentido. La vida sin libertad es esclavitud y de ahí que los esclavos ofrezcan el cobijo que dan sus cadenas a quienes no las llevan. “Si aprendieras a comer lentejas, no necesitarías adular a los poderosos”, respondió Diógenes a quien le sugería que se encadenase para vivir más cómodamente. ¿Cuánto vale la dignidad? Para Sócrates, más que la vida.
Aminetu Haidar lo ha entendido así. Ella ha sabido encender el fuego en el que se van a quemar los prepotentes.

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