jueves, 4 de marzo de 2010

Hans Magnus Enzensberger y los tests

Hace poco tiempo, el pensador alemán publicó el libro ‘En el laberinto de la inteligencia’, en el que, sin miramientos de ningún tipo, arremete contra los test de inteligencia y contra Mensa. Se basa en el hecho incontrovertible de que no se puede medir lo que se desconoce, y no se sabe lo que es exactamente la inteligencia.
A partir de ahí, resulta fácil el ataque a Mensa, asociación a la que precisamente se accede tras alcanzar una puntuación superior a la estimada para el 98% de la población en un test. Pero una cosa sería negar la validez científica a los tests y partiendo de esa base poner en duda la consideración de superdotados de los socios de Mensa, y otra muy distinta alegar como hace él que la finalidad de ellos es la de creerse de la elite. Aunque esto último fuera cierto en un número más o menos grande de casos, no es privativo de Mensa. Esta, la de creerse de la elite, o superior al resto, es una aspiración mediante la cual se sustituye un mandato de la especie, tendente a lograr la supervivencia. La obligación de cada uno es la intentar ser mejor, pero como esto es muy trabajoso se sustituye por la de querer ser más. Así, un buen número de individuos, sean clérigos, poetas, carniceros, políticos, etc., se sirven de cualquier excusa para creerse más que el resto.
El mundo está lleno de elites, por tanto, no se entiende el ataque a una supuesta elite. Es de suponer que Sócrates, un filósofo muy importante, en opinión de Fernando Savater, de vivir, no hubiera atacado a Mensa como asociación, sino que si por cualquier motivo hubiera llegado a una conclusión parecida a la Enzensberger, como mucho se hubiera encarado con algunos de los socios, uno a uno, y les hubiera interrogado, para averiguar sus motivaciones y sus méritos.
Tampoco se puede olvidar que la inteligencia está en boca de todos y que es habitual atribuirle al prójimo más o menos, de forma absolutamente subjetiva y por lo general equivocada. Casi se podría afirmar que a la hora de calibrar la inteligencia ajena por sus propios medios la mayor parte de la población se equivoca. Los test intentan poner un poco de objetividad en el asunto y alguna utilidad se les debe reconocer, sobre todo si se utilizan en los colegios y no se les da un valor absoluto.

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