He
visto una flor y he pensado en Ella. Es curioso el pensamiento
humano. Tan pronto se ocupa de asuntos filosóficos, como prácticos,
eróticos, matemáticos, poéticos, literarios, románticos, lógicos,
o incluso de cosas más simples. Ignoro si hay alguien a salvo de la
simpleza.
La
siguiente tarea consiste en ponerle cara a ella, pero puesto que la
flor se cimbreaba con el viento he pensado en sus andares. ¿Cómo
serán?
Recuerdo
que una vez, en las cercanías de mi domicilio una joven caminaba con
andares de pasarela. Evidentemente, su cuerpo, visto por detrás, su
cuerpo el propio de una modelo, pero nada espectacular. Lo que más
llamaba la atención de ella era, precisamente, su forma de andar.
Ella la tenía ya mecanizada y probablemente no sabe caminar de otro
modo. Son movimientos estudiados, pensados para agradar y ensayados
muchas veces. Creo que hubiera sido una descortesía no admirar esos
andares, pero como es lógico suponer pronto le di alcance y la dejé
a mis espaldas, y en mi memoria.
Tiempo
después vi a otra joven, a la que en la distancia le calculé una
altura que oscilaría entre los 180 y los 185 centímetros, que
caminaba con la seguridad de las mujeres que se sienten poderosas.
Pero lo que llamaba la atención de ella no era la altura ni la
delgadez, sino la velocidad con que se desplazaba, aparentemente sin
esfuerzo. Algunas veces he hecho seis kilómetros y medio en una
hora. Ella iba ocho o diez metros delante de mí y aceleré el paso
para ver si era capaz de alcanzarla. Pero llegó un momento en que
ella tomó una dirección distinta de la que tenía que seguir yo,
por lo que la perdí de vista. Los designios del Señor son
inescrutables, pero en este caso es evidente que no quería que yo
terminara con la lengua fuera y los pulmones reventados.
Pero
el recuerdo de estas dos jóvenes no había resuelto mi problema,
consistente en imaginar los andares de Ella. Pero sí que me
sirvieron para descubrir mi deseo que consistía en que fueran menos
llamativos aunque armoniosos, rítmicos y, en definitiva, con la
elegancia de la sobriedad.
1 comentario:
Vicente, qué bonito relato, qué original.
Marisol
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