La
soledad nunca falla, no importuna, no presiona para que se piense de
esta o aquella manera, no da prisa, no interfiere, no malinterpreta,
y sin embargo se la teme.
Los
hay que con tal de ser aceptados en un grupo, o por miedo a ser
expulsados de él, actúan en contra de lo que creen correcto. En
este sentido, convendría recordar que según Sócrates, o según la
genial interpretación que Platón hizo de él, todo el mundo sabe en
su fuero interno qué es lo correcto y qué lo incorrecto, con la
salvedad, dicho sea de paso, de los psicópatas, que se rigen por un
código diferente.
A
la vista de lo anterior no queda más remedio que convenir en que
quienes se someten al dictado de un grupo pagan un precio que excede
a los beneficios que supuestamente reciben por pertenecer a él.
Porque eso de creer que uno no está solo no deja de ser una ilusión.
Todo ser humano está solo frente a eso que llamamos conciencia y que
vendría a ser como ese conocimiento innato de lo que está bien y
está mal.
Ningún
componente de un grupo cuya moral esté por encima de la conciencia
individual de sus componentes podría resistir una charla con
Sócrates. Cuando alguien se ve obligado a renunciar a su
individualidad para poder pertenecer a un grupo hace mal negocio.
Tampoco
escasean aquellos que necesitan de un líder que guíe sus pasos.
Incluso los hay entre personas dotadas de gran capacidad de
raciocinio y mucha cultura, pero se conoce que caminar sin más
orientación que la propia brújula les produce vértigo y entonces
se dejan guiar por alguien al que le atribuyen unas cualidades
superiores a las propias. Le conceden poder, en otras palabras, y ya
se sabe que el poder tiende a corromper.
Es
muy conveniente saber apreciar las cualidades ajenas y hasta
admirarlas, pero sin perder la propia autonomía.
1 comentario:
Muy pertinente la reflexión pues presenta una verdad que lo evidenciamos a diario en la vida y en los entornos parentales o políticos.
AnaTeresa
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