sábado, 8 de diciembre de 2018

Parábola de Matías y Salvador

Coincidieron en un paso de peatones, a la espera de que el semáforo se pusiera verde. Matías se giró y miró sin disimulo a Salvador. No fue una mirada franca, tampoco inquisitiva. Simplemente, lo reconoció y lo miró.
Durante mucho tiempo, Salvador estuvo bajo el imperio de Matías y no le fue bien. Matías tuvo mucho poder y se sirvió de todos los mecanismos a su alcance, no detectables por la ley o de muy difícil detección, para perjudicar a Salvador, que estuvo expuesto a padecer una depresión profunda, o una crisis severa de ansiedad, o sufrir un infarto de miocardio, o cualquier otra cosa que lo desestabilizara emocionalmente o dañara su salud de modo irreversible. Salvador tuvo la suerte de poder evitar todo eso, sin que tampoco pudiera explicarse cómo había sido posible. Matías, no obstante, no le hizo todo el daño que pudo, quizá porque pensaba que con el que le estaba haciendo era suficiente para aniquilarlo. Pero este detalle de que no le hacía todo el mal que podía le inducía a pensar que el otro debía estarle agradecido. Sin embargo, supo que Salvador lo despreciaba. No hizo falta que se lo demostrara, ni se lo dijera -habría sido loco si se lo hubiera dicho, le habría dado pie a que descargara sobre él toda su capacidad de hacer mal-, sino que, simplemente, lo sabía.
Ahora, parados ante el paso de peatones, las circunstancias habían cambiado. Salvador seguía viviendo en precario, aunque incólume, mientras que sobre Matías pendían graves acusaciones y, previsiblemente, recibiría una condena o más muy duras.
Matías, visiblemente desmejorado, y podía deducirse que su situación penal había influido fuertemente en su deterioro, miró a Salvador buscando en él algún regocijo o recóndita emoción al apreciar la situación en que se encontraba, lo cual le habría permitido despreciarlo y ratificarse en su conducta anterior hacia él. Nada de eso ocurrió. Salvador sintió pena al verlo tan mal y desvió la mirada evitando que trascendiera su compasión. Como si no lo hubiera visto nunca.

4 comentarios:

Mª Jesús Díaz, mamá de Chusi dijo...

Es muy, muy grande. Como siempre, Vicente. Hondos sentimientos y robustos valores.

Unknown dijo...

Tienen algo que ver con Los Matias y Salvador que conocemos?

Anónimo dijo...

El rastro que dejamos nos perseguirá siempre. Lo peor nunca es lo que los demás piensen de nosotros, sino lo que nosotros pensemos acerca de nosotros mismos.

Vicente Almenar Climent dijo...

Esto que cuentas, querido Vicente. O lo he soñado, o lo he vivido. Cuando concluya la ecuación, te diré que fue. Un abrazo