Me refiero a uno de los innumerables
mendigos que tenemos. Esta sociedad, repleta de buenistas y de gentes
de buen corazón, concienciadas y llenas de buenos sentimientos,
empuja hacia el precipicio y luego da limosna a quienes caen.
Cachondeos
aparte, intentaré individualizar al señor al que me refiero. Vive,
es un decir, en una gran ciudad española. Duerme
sobre un banco, llueva o nieve. Podría cobijarse
en una boca del metro o en un albergue, pero no lo hace. La
interpretación que cabe es que puesto que se siente rechazado por la
sociedad, no quiere aprovechar nada de ella. Los
servicios sociales de la ciudad saben de su existencia y llevan
tiempo tratando de ganarse su confianza, sin éxito.
Hace
sus necesidades dentro de una caja, que luego deposita en un
contenedor. Aquí se puede interpretar que no quiere que la sociedad
le pueda reprochar nada.
Alguien,
aprovechando el tiempo que pasa rebuscando en los contenedores (se
lleva bien con los contenedores porque lo que contienen ha sido
rechazado por la sociedad, como él), depositó ropa y calzado en
‘su’ banco. Apenas
aprovechó algo y el resto lo desechó. Evidentemente, no quiere
estar en deuda con la sociedad, puesto que lo ha condenado a estar
muerto en vida.
El
siguiente intento consistió en dejarle comida y aquí sucumbió a la
tentación. No es que tuviera que ir, rebajándose, a la Casa de
Caridad para que le dieran comida. Se la encontró en ‘su’ banco.
‘Y se la comió sin que nadie lo viera’ . ¿Cómo podía saber
quién se la dejó si se la había comido o echado a un contenedor?
Pues sí, lo estaba espiando, pero eso él no lo puede saber.
Y
ahora pregunto yo a todos esos que rechazan al prójimo, que lo
juzgan, lo condenan y lo ejecutan, porque les sale gratis, porque
creen en la impunidad, a esos que ‘eligen’ a sus amistades,
rechazando a los demás, claro, a quienes difaman, porque le han
visto la paja en el ojo, a quienes traicionan o vuelven la espalda, a
quienes se desentienden…,
si
alguna vez han pensado en las consecuencias de sus actos, y si les
importaría que resultaran funestos para alguien.
3 comentarios:
Cabe la posibilidad de que las personas que juegan con vidas y haciendas ajenas no sientan el peso de la conciencia porque han reescrito la historia en cuestión. Se la cuentan a su cerebro tan adornada que no queda rastro de la versión original en ninguna neurona. Y ya sabemos que lo que no está, no es.
Hasta tal punto es así que incluso la persona que ha sufrido las consecuencias de esa mala acción se convierte por arte de magia en el responsable único de la situación. Por imaginar que no quede...
La realidad no existe, existe la interpretación de la realidad.
Entre los mendigos también hay tipos. Aquí en mi pueblo -nací en él- recuerdo a uno que sí que dormía en un banco, detrás de la verja que separa el patio de la iglesia de San Antonio de Padua y fuera de la propiedad eclesial. Hacía suyo ese banco público. No recuerdo el nombre apodado por el que todos le conocían. Exmaestro del colegio de la iglesia nombrada, un día perdió el norte y se dedicó a recitar versículos y a signar cruces. Bendiciéndonos con su labia, caminaba a nuestra vera citando salmos.
Como las cruces eran lo suyo se construyó una. Sintiéndose heredero de la sangre de Cristo cargaba con ella haciendo su particular viacrucis. Acabo de recordar su mote, mira por dónde: el Nono, le llamaban el Nono, pero el origen del apodo no lo sé.
Este tipo de mendigo difiere del vagabundo errante. Este señor vivía, también como tu mendigo, en su realidad paralela. Salvo que la suya era una realidad paranoide. Como ocurría con Pepito el bobo –éste ubicado ya así de nacimiento-, se le concedió su espacio y aceptó cuantas limosnas alimentarias se le ofrecieron. Por aquél entonces él era nuestro mendigo e ignoramos con desdén a los demás que, por ser, los había.
Siento no filosofar con ello y no enhebrar hilo con aguja que cosa lógica alguna. Solo quería constatar que a veces un mendigo realmente es el mendigo preferido. El diferente y que tiene nombre conocido. Y nosotros, los normales en marea y que ante él nos distinguimos, los que nos ignoramos recíprocamente siendo convecinos.
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