Las presentaciones de Jaime Siles siempre
tienen interés para quienes albergan inquietudes intelectuales, porque
es difícil que se le escape algo de los libros que ha leído y
porque al hablar de ellos también se da él a conocer. En este caso,
me doy cuenta de que debería haber dicho ya que me refiero a la presentación de
‘Aceptar el destino’, en la que una de las cuestiones que salió
a relucir fue la del famoso ‘conócete a ti mismo’, cuyo mejor
modo de lograrlo, en mi opinión, es la de conocer al prójimo.
No percibí en el acto, y los asistentes
podrán decir si estoy en lo cierto o no, ningún atisbo de ese
narcisismo tan frecuente en el mundillo literario, y especialmente en
el poético. Quiero consignar que en reciente conversación con un
amigo de este último salió a relucir que la tentación de
presentarse como perdedores, sensibles, vulnerables y capaces de
entender al otro es común en muchos literatos y bastantes de ellos
sucumben. Luego resulta que en realidad son unos fiscales implacables
y unos verdugos sin compasión. Eso de ponerse en la piel del otro y
considerar sus circunstancias, sus sentimientos o sus necesidades, no
va con ellos. Una cosa es querer parecer esto y otra serlo. Sin
olvidar que los hay que usan máquinas de calcular de gran precisión.
En la presentación se habló de
Jenofonte (cuyas entendederas son escasas), de Platón (un genio
literario) y de Sócrates (cuya integridad moral se convirtió en un
faro para la humanidad).
Se
habló de la felicidad, concepto tan vinculado al ser humano. Es
de suma importancia, a tenor de la cantidad de gente que habla de
ella. Jaime
se interesó por esta cuestión, que ocupa un lugar destacado en el
libro. Pero el concepto está presente a lo largo de toda la historia
de la humanidad.
Se habló también de los turistas, de
los viajeros, de las migraciones, de la bondad… Sobre esto último
cabe decir que, en términos generales, a la gente no le importa la
bondad, ni el talento del prójimo, tan solo tiene en cuenta el
estatus. El ser humano queda convertido, pues, en un figurón que
ocupa un lugar.
El colofón elegido por Jaime fue
formidable y no cabía esperar otra cosa.
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