El fallo del Tribunal Supremo de Estados Unidos devolviendo a los Estados la capacidad de legislar sobre la cuestión ha tenido consecuencias clarificadoras: se ha incrementado la venta de pastillas anticonceptivas y del día después, de lo cual se deduce que el aborto se usaba como anticonceptivo.
Yo había escrito que el viaje más apasionante que se puede hacer es al interior de otra persona. No es una idea peregrina. Está en boga desde los tiempos de los antiguos griegos: Conócete a ti mismo. El mejor modo de conocerse uno mismo es tratar de conocer al prójimo. Evitando el Síndrome de Procusto, claro.
Esta afirmación mía sorprendió a alguien que creo que se considera creyente. Veamos. Abundan los que niegan categóricamente la existencia de Dios, pero jamás podrán demostrar esa afirmación suya. Sócrates, que era mucho más inteligente que todos ellos juntos, desconocía lo que puede haber tras la muerte. Como todos.
Demos por supuesto que Dios existe. Pues está en el interior de todos y cada uno de los seres humanos. El viaje al interior de las personas es, pues, el más apasionante. Otra cosa es que al imaginar el interior de este, aquel o el otro, no haya vestigios de Dios. Los tendrán muy apagados. En el de Santa Teresa de Jesús sí lo hubo.
Demos por cierto este supuesto que no se puede comprobar de que tras la muerte hay algo más que ni siquiera podemos imaginar. Pero tampoco es descartable que ese padre o esa madre que un día decidieron, caprichosamente, negar a su hijo, en el caso de que sólo sea uno, el derecho a vivir se tengan que enfrentar a él y escuchar sus reproches.
Veamos ahora otra cuestión. Desde el mismo momento en que nace un ser humano está en deuda con todos los que le precedieron que aportaron algo al acervo humano. Detengámonos en esta palabra: acervo. Sólo incluye lo aprovechable. Las cosas no aprovechables no figuran. Se han ido por el desagüe de la historia. Digamos que el hecho de que el bien vence al mal está en la idea de Dios.
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