sábado, 23 de octubre de 2010

El poder de las palabras, para mal

Hoy no ha sido un gran día para mí. He perdido a un amigo. O al menos, a alguien a quien yo creía un amigo. En otros términos esto no tendría nada de particular si ello hubiera ocurrido luego de alguna discusión en la que, luego de serias desavenencias, él y yo decidiéramos que la amistad ya no va más por incompatibilidad de caracteres. Sin embargo, no fue así.

Mi amigo era virtual. Sí, virtual, y no prejuzguen porque en ocasiones las amistades virtuales son tan fuertes o más de lo que pueden serlo las amistades reales.

Lo conocí hace más de siete años, en un foro de letras de Internet. Luego, él abrió un grupo intelectual muy interesante y tuve la suerte de que me invitara a pesar de que posiblemente mis neuronas muy dadas a las letras y casi nada a los números pudieran haberme jugado malas pasadas.

Pocos meses después, yo armé mi propio foro, mucho menos activo, más intimista, pero por supuesto que no dudé en invitarlo. El caso es que durante todos estos años puedo decir que gracias a sus constantes artículos y participaciones mi grupo se mantuvo vivo, pues tengo que reconocer que nunca hice mucho por mi propio foro que vegeta en el ciberespacio gracias a los pocos buenos amigos que lo sostienen.

Lo que ocurrió hoy se lo achaco al poder de las palabras, cuando estas no son dichas cara a cara.

Me explicaré mejor: Esta semana sucedió algo inesperado: en su foro empezó un debate que propició una serie de idas y venidas entre miembros a quienes quiero y respeto. No estuve de acuerdo con la forma en la que él se expresó de una de mis amigas de su foro y así se lo dije, en público y sin anestesia. Creo que nunca esperó que yo pudiera estar en desacuerdo con él públicamente porque la realidad es que casi siempre concordaba con sus ideas y si no estaba de acuerdo, pues simplemente no me metía en la discusión porque él es español y por lo general, sus debates eran demasiado localistas para mí y aplicaba el laisser faire, laisser passer.

El caso es que todo este rollo derivó en un disgusto tan grande hacia mí que prácticamente me invitó a irme de su grupo, luego de que previamente recibiera en mi buzón la notificación de que él se había retirado de mi foro. Ese fue el primer correo que abrí en la mañana y que me causó una triste desazón.

Como limeña que soy y que fui educada dentro de una familia conservadora y casi-casi pacata, reconozco que los términos en los que ellos –mis amigos españoles- se manejan, en muchas ocasiones y con ciertas excepciones, me parecían rudos, pero como no entiendo su lenguaje coloquial, por respeto, nunca intervine ya que no era dable desde mi condición de sudamericana que no ha pisado aún Europa y, por ende, no tiene cómo comparar.

Pues bien, luego de la “invitación” a que me retire de su foro, hoy no he hecho otra cosa que analizar qué es lo que hice mal y creo que todo ocurrió porque él respetaba mi modo de ser y siempre defendió mi posición cuando las cosas no se daban como “a mí me gustaban” y en esta ocasión sintió que yo renegué de nuestra amistad al escribir en su foro que no estaba de acuerdo con sus expresiones porque desde mi punto de vista eran agraviantes y estaban fuera de lugar en aquel debate malhadado.

¿Acaso debí callar como siempre lo había hecho? Personalmente, creo que no, porque se trataba de un claro ataque a mi mejor amiga virtual, a quien conocí precisamente en su foro. El caso es que mi intervención hizo que él se sintiera traicionado por mí, nada más lejano a la realidad, porque pienso que no es necesario estar siempre de acuerdo con alguien para ser su amiga.

En la Lima en que yo vivo nos expresamos de otra manera y las formas que ellos utilizan para comunicarse y las palabras que usan, a nosotros pueden parecernos insultos o palabrotas, tanto así que ya me había llevado algunos malos ratos con un par de personas del foro que dicen las cosas a la cara, crudamente y sin filtro, pues soy una mujer a la que le falta “correa” y que no sabe distinguir entre la chanza y el habla coloquial española, todo lo que me producía cierto rechazo que iba más allá de mí. Es muy posible que sea yo la equivocada, porque nadie tiene la verdad absoluta en sus manos, pero como bien dice Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

He querido escribir este artículo, después de muchas lunas que no entro al blog y mucho menos, para publicar algo tan personal, pero hoy he sentido que era necesario comunicarme de esta forma. Nunca lo había hecho pero creo que cuando algo te duele, debes decirlo, de la manera que te sea posible, pero decirlo siempre.

Sol O’Connor – 22/10/2010

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