Hoy
he visto por la calle un anuncio que dice así: Detrás de cada
donante hay un héroe. He mirado enseguida detrás de mí y no había
nadie. He preguntado a personas que tienen algún trato con quien
supuestamente ha ordenado o autorizado esta campaña publicitaria.
Se
me ha contestado que yo soy el héroe. Y si yo soy el héroe y al
mismo tiempo estoy detrás de mí, se produce una situación que creo
que se le escapó a Ortega.
No
obstante esta cuestión metafísica tan curiosa, creo que tampoco
está de más aprovechar el momento para decir algunas cosas de los
funcionarios, que es lo que son, a mi entender, los que trabajan en
el Centro de Transfusiones.
Los
funcionarios, como todos, pueden adocenarse. Pero los jefes, en
teoría, deberían impedir. Eso sería si eligieran a los mejores
para el cargo, y no a los pelotas o enchufados. Quizá, el director
del CTCV sea un señor extraordinario, alguien muy dotado para el
cargo, cuya gestión sea difícil mejorar. Pero la cuestión es otra.
Correos,
por ejemplo, es un organismo que en otros tiempos funcionaba de forma
modélica y del que en la actualidad no puede decirse lo mismo. Suelo
ir a una oficina en la que hay que coger turno en una máquina. Los
funcionarios que atienden al público, por la actitud de los que
esperan pueden predecir quién será el siguiente. A veces, al
funcionario que queda libre no le gusta el cliente que le toca y hace
como que hace esperando que termine otro compañero suyo y atienda al
que no le gusta. Eso lo hacen algunos y el director de la sucursal
debería impedirlo. Si el director de la sucursal está adocenado, se
adocena también el personal que tiene encomendado. Pero si el
director no se adocena, su superior podría considerarle sospechoso y
frenar su carrera.
Debo
añadir, de todos modos, que conozco a muchos funcionarios que, sean
adocenados o no sus jefes, actúan con pulcritud, esmero, abnegación,
entusiasmo e inteligencia. No es justo que por culpa de una mala
dirección y de unos cuantos como los que he descrito carguen con tan
mala fama.
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