Hay
personas que poseen unas cualidades extraordinarias a cuyo cultivo
podrían sacarles provecho, espiritual, sin duda, y a menudo también
material, de forma directa o indirecta.
Sin
embargo, prefieren centrarse en otras, que no poseen en tal grado
sumo, porque están de moda. La inteligencia por si misma no
significa mucho. Los hay que la utilizan en su propio beneficio, y a
algunos no les importa hacer daño a otros, sin con ello creen que
salen ganando; y también los hay que procuran beneficiar a los
demás, pero no lo hacen porque sean más inteligentes, sino porque
lo han decidido así voluntariamente. La voluntad de hacer el bien sí
que es una cualidad interesante.
La
inteligencia, además, está muy bien repartida, puesto que todo el
mundo está conforme con la que tiene, e incluso los hay que alardean
de ella, y hacen el ridículo.
La
cualidad que está en desuso es una que en tiempos pasados sirvió a
muchas personas para alcanzar metas que creían fuera de su alcance.
Pasito a pasito, sin creérselo nunca, fueron haciendo camino. Es,
obviamente, la humildad. Lo que está hoy más en boga es la
soberbia, que quizá también abundaba antes, pero sólo unos pocos
se atrevían a hacerla patente.
Hoy
en día abundan esos que, en lugar de centrarse en lo que saben
hacer, y hacerlo con celo, cuidado y esmero, se salen de su ámbito,
derraman su “saber”, con resultados generalmente catastróficos.
Son muchos los que creen tener cualidades suficientes para arreglar
el mundo, para poner orden en el mundo, para especificar lo que está
bien y está mal. Nos coartan la libertad de expresión, nos
arrinconan, nos arruinan. Quizá los presidentes del gobierno que
vamos teniendo sean buen ejemplo de algunas de estas cosas, lo digo
para que nadie se sienta aludido.
Lo
que produce tristeza es que gente valiosa se eche a perder por cosas
de estas.
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