Dos
personas me pidieron amistad en la popular red social, un señor y
una señora. Las acepté, como es mi costumbre. Con el señor tenía
más de veinte 'amigos' en común y con la señora menos de cinco.
Estas cosas siempre dan una pista, porque según quienes sean esos
amigos se puede hacer uno la correspondiente composición de lugar.
En
cuanto fue aceptado, el señor se interesó por mis publicaciones,
así que fui a ver las suyas, que me gustaron. A continuación quise
ver algo de ella, de la que ya sabía que es médica y que reside en
cierto lugar. Y vi que me había bloqueado. Anteriormente, yo ni
siquiera sabía que existía esa persona, de modo que me pidió
amistad para que yo sepa que me odia. ¡Cielo Santo, qué espanto!
A lo largo de mi ya dilatada existencia no había conocido más que palabras
de aliento, de cariño o de amor. Ante la novedad, pensé que eso de
que alguien me odie debía de ser lo que llaman un baño de realidad.
Al fin podía comprenderlo.
A
pesar de mis esfuerzos por comprender que esas cosas son normales, no
me quitaba la obsesión de la cabeza. Me encontraba mal y fui al
médico y resultó que era ella. Vi salir de su cuerpo un monstruo
con cuernos y rabo y patas de cabra que reía sardónicamente. Me
recetó algo que me tenía que hacer mal, pero como yo no lo sabía
me lo tomé. Días después me encontraba peor y volví al médico y
ella me miró y me dijo que tenía gangrena en una pierna y que había
que cortarla inmediatamente. Me miré la pierna y no veía ni notaba
nada, pero ella ya tenía un serrucho en mano y comenzó a
cortármela. Yo profería alaridos de dolor, sin que ella se
inmutara, y cuando terminó de cortarla la echó en una trituradora y
a continuación, y como por arte de magia, apareció un hierro
candente en sus manos y me cauterizó la herida, sin que yo dejara de
gritar en ningún instante.
Me
dijo que me fuera, porque tenía más pacientes y traté de salir a
la pata coja, pero me caía cada vez que lo intentaba. Ella me daba
prisa y los pacientes de fuera me miraban mal, porque tenían prisa.
Arrastrándome por el suelo logré salir. Pensé que me costaría
mucho tiempo llegar a casa, pero me desperté y supe que había
tenido una pesadilla.
Me
vestí y salí a la calle, y al rato me di cuenta de que iba a la
pata coja y todos me miraban. La otra pierna estaba en su sitio,
encogida.
4 comentarios:
Ja ja, si que me has hecho reir, Vicente. Eres increiblemente bueno.
Un abrazo,
Vicente, me he mosqueado al leer: "A lo largo de mi ya dilatada existencia no había conocido más que palabras de aliento, de cariño o de amor."
He pensado este relato no puede ser real. Muy bueno lo de salir a la calle cojeando, hasta los sueños se pueden somatizar.
Un abrazo
Magister.
Vicente:
Gracias, estuvo divertida la lectura...
Que sigas recibiendo gestos de afecto por siempre.
Anna Teresa
La capacidad de nuestra mente, es ilimitada, querido Vicente. Y es verdad, a veces nos lleva a sufrir durmiendo de manera inmisericorde, nos despertamos con el corazón palpitante a mil, casi siempre sudorosos y con la lengua mas que seca... Tan bonitos que son los sueños dulces e idílicos.Pero, ya sabemos, tenemos de todo, como en botica... Muchos abrazos, amigo.
V.A.C.
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