jueves, 21 de diciembre de 2017

Navidad 2017

Dado que en este tiempo una de las palabras más usadas, sino la que más, es el amor, quizá resulte conveniente dedicar un poco de atención a este sentimiento, que no cae del cielo, como muchos parecen pensar, para irse cuando le viene en gana. Hay que cultivarlo.
Lo primero que hay que hacer para poder amar a otros es amarse a sí mismo. Pero esto no consiste en mirarse al espejo como Narciso, sino en intentar eliminar de la propia persona todas las impurezas que pueda contener. Hay que comenzar por suprimir el odio, ese sentimiento tan negativo que, por frecuente, se tiene por razonable. Pues no lo es, porque el odio anula la capacidad de amar y daña más a quien lo siente que a quien objeto de él.
La soberbia está de sobra, puesto que el ser humano es tan poca cosa que una simple bacteria o virus, o acaso el más pueril e inesperado accidente pueden acabar con él rápidamente.
La vanidad es propia de estúpidos, porque basta con fijarse en algunas de las figuras históricas para comprender la propia pequeñez.
El egoísmo es contraproducente, puesto que quien acaba de nacer está en deuda, sólo por ello, con quienes le precedieron. Hay que devolver a la humanidad lo que se le debe.
La envidia es propia de quienes no se valoran porque no han explorado sus propias posibilidades.
Pero tampoco es cuestión de ir repasando todos los vicios humanos. Basta con saber que están ahí mermando las posibilidades de quienes los dejan anidar y crecer en su interior.
Es imposible alcanzar la perfección, pero es un deber moral intentar alcanzarla. Es entonces, cuando se hace de forma veraz y, por tanto, constante, cuando se está en disposición de sentir verdadero amor. De otro modo, todo es etéreo, sometido a los cambios de estación, a los caprichos del momento.
Sólo las personas reales, o sea, las que se esfuerzan en ser personas, tienen derecho al amor.


1 comentario:

Neo... dijo...

Acertadísimo,querido Vicente.