lunes, 19 de noviembre de 2018

El precio del abandono de la filosofía

Suele ser muy habitual encontrarse, cuando se crítica la cerrazón y la irracionalidad del mundo islámico, con argumentaciones que sostienen que al fin y al cabo, los musulmanes están hoy donde los cristianos estaban en la Edad Media. Esto es absolutamente falso y es lo que voy a tratar de explicar.

En los siglos X y XI el Islam tenía dos potentes focos: Bagdad y Córdoba. El cristianismo tenía otros dos, Bizancio y Occidente (digamos Roma, aunque no es exacto). Había otro foco cultural importante representado por el judaísmo, que no tenía centro geográfico alguno sino que estaba disperso y condenado a vivir en el interior de sociedades ajenas. En todos los lugares hubo un florecimiento del pensamiento y de la filosofía, absolutamente en todos. Ibn Sina (Avicena) en Bagdad, Ibn Rushd (Averroes) en Córdoba por el lado musulmán y Maimónides por el lado judío serán buenos ejemplos del florecimiento del pensamiento no cristiano. Sin embargo, en el mundo islámico, así como el judío, se abolieron el pensamiento y la filosofía en favor de la fe y la revelación. El mundo islámico, este cambio se hizo para siempre; el mundo judío al menos permitió la existencia de una nueva forma de ser judío: el judío librepensador y ateo que no se siente ligado en absoluto a credo alguno, si bien bajo la pena de separación de la comunidad, como hicieran siglos después con Spinoza, anatematizado hasta el horror por los suyos.

Bizancio solucionó el asunto dando el poder absoluto al emperador, por encima de lo que pudiera decir la Iglesia. En Bizancio el pensamiento languideció y se perdió en tediosos tratados sin el menor interés (de ahí la expresión de discusiones bizantinas), y en Occidente hubo una lucha sin cuartel y sin vencedor entre el poder secular y el eclesiástico que ofreció un quicio de reflexión del que brotó el pensamiento filosófico y científico posterior.

No es una historia de buenos y malos, a los disidentes cristianos se los quemaba en la hoguera con gran alegría. Todos tenemos una enorme capacidad para el mal. Como nos recuerda el gran Jesús Mosterín:
En 1097 los cruzados conquistaron la ciudad de Maarat. A pesar de haber prometido respetar la vida de sus habitantes, se lanzaron a una orgía de sangre, pasando a cuchillo a toda la población. En su furia desatada, incluso llegaron al canibalismo, comiéndose a muslimes adultos cocidos y a niños empalados y asados a la parrilla, según confirman tanto las fuentes musulmanas como las cristianas. Cuando dos años más tarde los cruzados consiguieron conquistar Jerusalén, lo primero que hicieron fue lanzarse al pillaje y organizar una impresionante carnicería, degollando a casi todos sus habitantes. Los judíos supervivientes fueron encerrados en una sinagoga y quemados vivos dentro. (1)

Así pues repetimos: esta no es una historia de buenos y malos. Esta es la historia de la peculiaridad de Occidente: en Occidente la filosofía fue incorporada a la maquinaria de pensamiento religioso, cosa que no ocurrió en ninguna otra parte. Por lo tanto no es cierto que el Islam tiene pendiente una asignatura: ya lo intentó, y lo resolvió en el siglo XII. Y lo resolvió a favor de la irracionalidad y de la literalidad de un Libro Sagrado de una manera que impedía todo pensamiento fuera de él, ni siquiera (y esto es crucial) para defender la fe, como en el caso cristiano.

El pensamiento de Al Gacel, muerto en 1111, es el perfecto resumen de esta conclusión: desde un perfecto conocimiento de la filosofía tanto griega como árabe, judía y cristiana , declara que es completamente prescindible y aniquilable. La revelación basta y sobra, y está expresada por las palabras del Profeta, tras el cual ya no vendrá ningún otro. La palabra ha sido dada y no hay posibilidad sino de sumisión. La enorme potencialidad racionalista de portentos como  Ibn Rushd (Averroes) y como Ibn Sina (Avicena), cada uno en uno de los polos islámicos del momento (Córdoba y Bagdad) queda así anulada en favor de la revelación. 

Hoy el pensamiento de un santo Tomás (fruto muy cercano de los hechos que comento) nos parece pueril, pero significa ni más ni menos que la continuidad del pensamiento racional. Al servicio de la Iglesia, con la fórmula "philosophia ancilla theologiae" (la filosofía como sierva de la teología), pero al menos viva. Esa diferencia fue la condición de posibilidad de un pensamiento racional despegado de la teología siglos después a partir de Descartes. El Descartes musulmán no llegó nunca porque había muerto la posibilidad de su existencia en el siglo XII. Y hoy el mundo musulmán recoge esos frutos con un pensamiento paupérrimo que se refleja por doquier.

Aún se producirán enormes muestras de esplendor, como en el reino nazarí de Granada, pero ya no serán muestras de pensamiento, sino artísticas. Luego, ni eso.

(1)   https://elpais.com/elpais/2012/03/21/opinion/1332331541_776723.html

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