domingo, 19 de mayo de 2019

Ese poder inadvertido

Ya nadie discute que el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente (y, sin embargo, hay un partido político que rinde culto al poder: Podemos).
Menos son los que se detienen a pensar en la naturaleza del poder, quizá porque hacerlo resulta inquietante. No hay nadie que no tenga poder, unos tienen más, otros menos, pero a nadie le falta. Cuando alguien hace lo que de debe hacer no se siente poderoso, sino que piensa que ha cumplido con su obligación. Es al hacer lo que a uno se le antoja, aunque no sea justo y, sobre todo, si no lo es, cuando se tiene sensación de poder.
Hago un inciso para advertir que no se debe dar poder sobre sí a nadie de cuya bondad no se tenga constancia. Y ni aun así. En primer lugar, porque nadie es perfecto; y en segundo lugar, porque la bondad de tiempos pasados no garantiza la de los futuros. La estabilidad emocional de cualquiera debe depender principalmente de uno mismo.
Este inciso anterior viene a cuento porque son muchos los que caminan por la vida sin importarles la de cráneos que aplastan en su deambular. Lo hacen así porque piensan que son los demás los que deben apartarse de su camino o protegerse para no ser dañados. El egoísmo es la peor plaga que sufre la humanidad, y no soy el primero ni el segundo que lo dice.
Hay que tenerlo todo previsto; al menos, todo lo que se pueda. Son muchos los que piensan que tras la muerte no hay nada. Por supuesto que no hay nada que objetar a eso, pero cabe añadir que esta opinión no debería servir para cambiar la conducta. Y hago hincapié en que se trata de una opinión, quizá acertada, pero de imposible comprobación. Hagamos un ejercicio imaginativo y supongamos que tras la muerte cada persona ha de enfrentarse a la realidad de lo que ha sido su vida, sin subterfugios ni autoengaños, y tenga que ver todo el mal que ha hecho sin ser ni siquiera consciente de ello.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Saludos Vicente. Suerte e inspiración y de paso una buena copa.