La
cuestión no es hacer un laudatorio, ni una crítica de Franco, sino
hacer constar algún detalle suyo, porque es necesario para el caso.
Si
algo no se le puede negar es que era muy despabilado (de despabilar,
quitar el pabilo a la vela para avivar la llama). Hay
que desmontar algún que otro mito: Franco no tenía ningún interés
en que su régimen perdurase
tras su muerte, sino que su finalidad se circunscribía a su propia
supervivencia. Sabía, porque de algunas cosas procuraba estar muy
informado, que el entonces príncipe Juan Carlos no reunía las
condiciones para gobernar como él lo venía haciendo, por lo que la
única opción posible era la democracia. Torcuato
Fernández Miranda escogió a Adolfo Suárez para la tarea de
desmontar el régimen franquista, como paso previo indispensable
para instaurar la democracia. Adolfo
Suárez Illana, con fecha 18/09/05, publicó un artículo en el
diario El Mundo titulado El espíritu de la Transición, que
también está en su web adolfosuarezillana punto com, en el que dice
que Juan Carlos I y su padre diseñaron en 1968, en Segovia, el
proceso de la Transición, con todos los pasos a dar milimetrados.
Paralelamente,
Felipe
González y Alfonso Guerra se iban haciendo un cartel en el PSOE. Tal
es el caso que en una entrevista que le hicieron, de la que solo
tengo el recuerdo que viene a continuación, Felipe González contó
que en una comisaría a la que le llamaron a declarar, el inspector
de policía le dijo: «Isidoro (era el nombre de guerra que usaba
durante el franquismo), usted algún día será muy importante».
Pero
lo contó como si el policía se hubiera dado cuenta de sus grandes
cualidades, mientras que cualquier persona sensata entiende que tenía
órdenes de no molestarlo, de lo cual el guardián de la ley sacó
sus conclusiones.
Posiblemente,
Torcuato Fernández Miranda pensó que era más conveniente que el
PSOE estuviera dirigido por estos dos jóvenes ambiciosos, que por
Rodolfo Llopis,
con
el que seguramente habría sido imposible llegar a un acuerdo para el
cambio de régimen político.
Algunos
interpretan, con muy mala intención, que el sistema político en el
que nos desenvolvemos en la actualidad es heredero de aquel. Eso no
es cierto y, además, no puede ser.
Lo
que ofreció Adolfo Suárez a Felipe González fue un cambio total de
régimen. Si este último hubiera tenido la grandeza de espíritu que
demandaba la situación, que sí tuvo su proponente, habría captado
enseguida que estaba ante una oportunidad única. En
este caso, se podría haber establecido un marco legal para que los
españoles vivieran en paz en lo sucesivo, en torno a los altos
valores democráticos, es decir, el respeto al prójimo, el afán de
justicia y
el amor a la libertad. La
única imposición que hubo fue la de la Monarquía como forma de
Estado, lo
cual ha sido una suerte a la vista de los acontecimientos
posteriores. Cabe
añadir que los problemas que ha podido generar la monarquía han
venido dados, en general, por el ansia de casi todos los políticos y
de casi todos los periodistas de proteger a Juan Carlos I de la
opinión pública, lo
que llevó a silenciar sus correrías y actividades
de
cualquier tipo, lo que a la vista está que generó en él una
sensación de impunidad que a la postre acabó perjudicándole y
poniendo en peligro la propia
institución monárquica.
Llegado el momento, Felipe González y
Alfonso Guerra, imbuidos de un sentimiento de superioridad moral,
totalmente fuera de lugar, pero que nunca les abandonó, y
convencidos de que poseían una inteligencia superior, se negaron a
colaborar. Tuvo que ser Santiago Carrillo, más pragmático y con una
visión de la realidad mucho más ajustada, quien tuvo que
convencerlos. Lo que pretendían aquellos dos era imposible y muy
peligroso. Podría haber desencadenado una catástrofe.
No hay que olvidar que si hubo guerra fue
porque el gobierno de la República no hizo nada por evitarla.
Algunos dicen que los responsables de que sucediera fueron Largo
Caballero y Mola, y que Franco se unió a la contienda cuando ya era
inevitable. Lo cual seguramente sea así, pero sin olvidar que la
responsabilidad mayor, porque tenía el poder, es del gobierno. La
consecuencia fue una larga dictadura y quizá eso fue un mal menor.
Terminada la dictadura con el
fallecimiento de Franco, se ofrecía la ocasión de abrir un nuevo
periodo de paz y reconciliación. Así lo entendió Adolfo Suárez y
esa era, implícitamente, la oferta que les hizo a los demás actores
políticos.
Pero la especie humana es cainita y llena
de sentimientos de venganza y revancha. Nadie se paró a pensar que
los perdedores de la guerra fueron todos los españoles, porque todos
tuvieron que sufrir la dictadura y todos los idealistas, que
mantuvieron los ojos abiertos, vieron como sus ideales caían con
estrépito, porque en este tipo de régimen no hay ideales que
valgan. Los hubo que en ese periodo aumentaron sus patrimonios, pero
muchos de ellos luego se declararon de izquierdas. Todos los que
albergaban alguna ambición, salvo en los últimos tiempos, se
acomodaron al Régimen.
El caso es que se presentó la
oportunidad de comenzar una época nueva y no fue aprovechada. Los
socialistas prescindieron de sus ansias de venganza, aunque quedaron
latentes, pero nunca aceptaron como iguales a los políticos de UCD,
y mucho menos a los de Alianza Popular. Quizá llegaron a darse
cuenta de que en esos momentos tenían las de perder. No obstante, en
la redacción de la Constitución fueron los más determinantes.
Conviene explicar esto. Adolfo Suárez organizó la Comisión
Constitucional con mayoría de miembros de UCD, pero al final no
había más remedio que aceptar los postulados del PSOE, en algunos
casos inamovibles. La redacción de la Constitución debió haber
sido una búsqueda en común de las mejores vías para la convivencia
de los españoles y, en lugar de eso, fue un mercadeo, un modo de
contentar a todos, un ceder aquí para obtener allí. Los
nacionalistas eran irrelevantes a la sazón, pero el PSOE quiso
darles alas, porque se habían procurado una pátina de
antifranquismo, lo cual hacía que los viera como demócratas, cuando
el nacionalismo es incompatible con la democracia. Este detalle es el
que luego ha gangrenado toda la democracia española, porque permitió
que los nacionalistas crecieran y crecieran.
También hay que tener en cuenta los
escasos hábitos democráticos de los españoles y la facilidad con
que las derechas se dejaron acomplejar por las izquierdas. Es decir,
la democracia española comenzó a andar con mucha ilusión, pero sin
un vehículo firme que la respaldara. A los españoles no se les dijo
que la condición de demócratas la tenían que ganar y demostrar día
a día.
Hay que ponderar la labor de Adolfo
Suárez, que tuvo que tomar decisiones difíciles a diario,
soportando presiones y amenazas, con el apoyo de muy pocos, y, por
supuesto que no de Juan Carlos I, que pretendía pasar como el motor
del cambio y dejarlo a él como mero instrumento suyo. Adolfo Suárez
demostró ser el más demócrata de todos, el que más riesgos corrió
para traer la democracia y para defenderla, el que más esfuerzos
hizo para conservar y defender la dignidad del gobierno de los
españoles frente a todos los poderes fácticos, frente a todos los
títeres de los poderes fácticos.
5 comentarios:
Un texto muy necesario.
Totalmente de acuerdo. Gracias Vicente,
Que bueno que vi este artículo, aunque sea 17 de octubre de 2021. Muchas gracias, Vicente. Muy bien explicado. Enhorabuena. Abrazos
Gran y esclarecedor artículo. Gracias.
Muy esclarecedor.
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